domingo, 8 de mayo de 2022

LISIS. Día 60. (Platón, 217d - 218a)

Para llegar a este diálogo socrático no ha hecho falta saber de muchos libros. Solo estar atento a la vida. El tema no puede ser más común, ni más consabido. Todos saben de qué se habla cuando se habla del amor y de la amistad. Está tan claro que no hace falta nada más. No es un tema tan complejo como otros. Lo cual es de agradecer. Si fuera algo tan complejo como la descripción del universo por sus principios fundamentales, entenderíamos que nadie dijera nada, salvo quien sabe. Pero sobre la amistad y el amor, todos saben. 

Es muy ilustrativo lo anterior, porque las preguntas, como todos saben, no son más que un juego para pasar el rato. Se diga lo que se diga, se pondrá fin en algún momento a la conversación y se retomará con absoluta tranquilidad la costumbre y lo cotidiano. No pasa nada, salvo el juego. 

Y de la misma manera, cuando se diga una cosa u otra, se puede ir de un lugar común a otro sin pestañear, porque no pasa nada. Tampoco es para tanto. Se puede decir lo que se quiera, con tal de que suene bien. No sea que el diálogo se encienda y se convierta en una discusión en la que alguien crea tener más razón que otros. Nada de eso, por favor. Con paz y adelante. Sin nervios, sin preocupaciones. Aquí todo vale. Todo será reconocido si se dice con respeto y elocuencia. 

Sigamos. 

Sócrates se lleva la contraria a sí mismo, aunque todos los demás le aplaudan y comiencen ya a estar en la conversación con excesiva admiración por lo que va tratando. Me parece que es algo común y frecuente, que hace que los interlocutores viajen de un sitio a otro, alocados. Primero dice que las cosas se pegan, luego que no se pegan todas, luego que tampoco se pegan tanto sino que solo se aproximan. Creo que el discurso de pertenencia sobre la amistad al final termina aquí, en la no pertenencia que implica la máxima cercanía posible. No en la comunión total, sino en la máxima proximidad posible. Pero tanto hay, tanto, que dispersa a unos y otros. No solo "malo", como habitualmente se dice, sino extraordinariamente "bueno" al separar a unos y otros dándoles existencia propia que es difícil concluir en alguna dirección. 

Sigo. 

Una cosa es "pintar" y otra "el tiempo". Ambos pueden producir cabellos blancos. Unos como apariencia, otros realmente. La filosofía, que busca ese "realmente" está hoy atrapada por el juego de apariencias de nuestro tiempo. Descubierta la diferencia se insiste, sin tapujos siquiera, en un juego de mentiras continuas, en la importancia del aparentar ser lo que no se es, del marketing, del vender bien, del convencer y del argumentar. Y tanto es así que, llegado un momento, importa poco la verdad, la idea. Incluso la que puso en marcha todo lo demás, con buena intención. Pero este juicio general sobre la historia no puedo aplicarlo a todos. Por supuesto. Es solo una sensación mía. Por la que es más necesaria que nunca la filosofía, aunque no por el camino que está cogiendo. No quisiera "filosofía en la esfera pública" si al tocar la esfera pública comienza a mundanizarse como todo lo demás. Algo que, me temo, ocurre. Y así pierde su senda de la verdad, que se da más en el diálogo entre amigos que en ningún otro lugar. Incluso entre amigos que discuten, diría yo. 

Un poco más. 

Hay "cosas" que "sobrevienen" y cambian la realidad. Sobre esto convendría pensar. No solo sea que aquello que "sobreviene" solo sirva para quitar, no para poner nada. El tiempo no pone, sino que, en cierto modo, va quitando y despojando. No añade tanta experiencia como se dice, como que va eliminando de la primera imagen de todo lo que no era sino superficial. Se podría ver también así. El caso es que, efectivamente, en el lenguaje común sobrevienen cosas, llegan acontecimientos, suceden experiencias, nos damos de bruces con lo que estaba sin ser visto, sin ser consciente. En política, en ética, incluso en la buena ciencia. No se inventa, sino que se desvela algo, se descubre lo que estaba ahí. 

Depende, claro que sí, de "cómo sobrevengan" las "cosas que sobrevienen". Hay modos en el llegar, que son modos en el recibirlas. Algunas se "pegan" a la experiencia de la vida, al saber, a la persona. Dicho lo cual, fundamental será tener presente lo siguiente. 

Y lo que no es ni bueno ni malo, aunque a veces le sobrevenga lo malo, no es por ello malo, pero en algún caso puede hacerse tal. 

Por supuesto. 

Así pues, cuando todavía no es malo, a pesar del mal que le sobreviene, esta misma presencia le hace desear bien. Pero, si lo hace malo, le quita al mismo tiempo el deseo de la amistad del bien. En este caso, ya no es algo que no es ni bueno ni malo, sino malo; y lo malo no es amigo de lo bueno.

Seguro que no. 

Merece la pena leerlo en griego.  

καὶ τὸ μήτε κακὸν ἄρα μήτ᾽ ἀγαθὸν ἐνίοτε κακοῦ παρόντος οὔπω κακόν ἐστιν, ἔστιν δ᾽ ὅτε ἤδη τὸ τοιοῦτον γέγονεν.

πάνυ γε.

οὐκοῦν ὅταν μήπω κακὸν ᾖ κακοῦ παρόντος, αὕτη μὲν ἡ παρουσία ἀγαθοῦ αὐτὸ ποιεῖ ἐπιθυμεῖν: ἡ δὲ κακὸν ποιοῦσα ἀποστερεῖ αὐτὸ τῆς τε ἐπιθυμίας ἅμα καὶ τῆς φιλίας τοῦ ἀγαθοῦ. οὐ γὰρ ἔτι ἐστὶν οὔτε κακὸν οὔτε ἀγαθόν, ἀλλὰ κακόν: φίλον δὲ ἀγαθῷ κακὸν οὐκ ἦν.

οὐ γὰρ οὖν.

Lo dicho. Creo que hay aquí un punto fundamental. Si alguien duda de que le pueden sobrevenir "cosas malas", que abra los ojos. Si alguien no duda de que le puedan sobrevenir "cosas malas", que se arme de paciencia. Si alguien duda de que puedan sobrevenir "cosas buenas", ya ha perdido toda batalla. Si alguien no duda de que puedan sobrevenir "cosas buenas", a eso le llamamos esperanza. 



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