jueves, 27 de enero de 2022

LISIS. Día 27. (Platón, 209e - 210a)

Estoy tan en tránsito que yo mismo me doy cuenta de que si afino mucho hacia abajo se queda sin ver lo de arriba. Pero es apasionante dedicar este tiempo poco a poco a estos maravillosos diálogos. Lisis se puede leer completo en unas horas de la noche. Completo. Y se deja leer de nuevo la noche siguiente. Ojalá se vuelva a hacer y existan diálogos hoy nuevos con la misma fuerza con la que aquí aparecen. Para lo cual es necesario que al menos uno diga sin titubear que solo sabe que no sabe y que se puede saber.

Vuelve con las comparaciones, una más. La relación sigue siendo la misma. El gran Rey es quien tiene el poder de decidir lo que sí y lo que no, quién sí y quién no. Aparece su hijo en escena, que debe ser un niño o un completo inútil, y Sócrates y Lisis de la mano ostentando saberes, aunque ahora se retiran un poco. De medicina no saben, como antes sabían preparar buenos platos. 

Se desliza en la conversación, y el buen lector se dará cuenta, que quizá en lo que se refiere a culinaria y oftalmología son ignorantes y están soñando, pero mientras dialogan, de lo que no están dudando es que saben al menos dos cosas: hacer preguntas y responderlas. Por mucho que me empeñe en repetir esto no sé si seré capaz de hacer ver lo que es la forma propia del diálogo y que es ahí donde aparece el auténtico contenido. Igual que Sócrates y Lisis juntos, siendo "nosotros" están acudiendo ante el gran Rey para mostrar sus dotes, en el diálogo están presentándose una y otra vez ante la Razón misma para mostrarle a la Razón misma que ellos son buenos dialogantes. Un buen dialogante se escucha, se comprende, se pone de acuerdo. Es justo lo que ocurre. Y los demás, los que están sentados en la mesa  en la palestra de este peculiar banquete de palabras, y de los que no se dice nada hace un rato, están recibiendo una y otra vez lo mismo que yo veinticinco siglos después. 

Este excursus no es cualquier interrupción, sino una forma de adentrarse en el diálogo para no perderse. Aquí siguen, hablando del amor, pero amándose, no llevándose la contraria y peleando sino haciendo preguntas y encontrando respuestas. Un auténtico diálogo de una seriedad incomparable. Es ahí donde está lo "pedagogíco", el camino por el que, movidos por la esclavitud de la razón, se avanza hacia el aprendizaje. 

La primera comparación, la culinaria, se exagera. Al hijo no le dejaría hacer nada, se lo prohibiría, mientras que al que sabe le dejaría hacer cualquier cosa, incluso estupideces. Por eso decía antes que deja su vida en sus manos. Y Lisis no se entera de tal responsabilidad, porque le parece un juego. Pero es gravísimo y preocupante. Una vez que hemos creído que alguien sabe, como dejamos de examinarlo y de estar encima, es como si le diésemos rienda suelta para colarse en todo y nos sometiera antes de que la voluntad y la libertad actúen. Estaríamos auténticamente en sus manos. Seríamos unos peleles confiados y domesticados. No es esto, supongo, lo que quiere hacer Sócrates con Lisis, pero Lisis no sabe hacer nada más que someterse. Será que es joven. No, perdón. No es cosa de la edad. 

¿No le dejaría, pues, que echase ni un trocito y, en cambio, a nosotros, aunque quisiéramos echar sal a manos llenas, nos dejaría?

¡Cómo no!

καὶ τὸν μέν γε οὐδ᾽ ἂν σμικρὸν ἐάσειεν ἐμβαλεῖν: ἡμᾶς δέ, κἂν εἰ βουλοίμεθα δραξάμενοι τῶν ἁλῶν, ἐῴη ἂν ἐμβαλεῖν.

πῶς γὰρ οὔ;

Lo que acaba de decir es que si se aprende a aprovechar la ignorancia del Gran Rey en una cosa tan insignificante como la comida, entonces el Gran Rey por su ignorancia pondría su vida entera en manos del que quiere aprovecharse de él con la apariencia de saber lo que no sabe. Solo habría que vencer su desconfianza usando con buenas artes su ignorancia. Y esto ocurre todos los días. 

Lo siguiente, sobre médicos. 

¡Y qué! Si a su hijo se le pusiesen malos los ojos, ¿le dejaría que alguien se los tocase, a sabiendas de que no era médico o se lo impediría?

Se lo impediría. 

τί δ᾽ εἰ τοὺς ὀφθαλμοὺς ὁ ὑὸς αὐτοῦ ἀσθενοῖ, ἆρα ἐῴη ἂν αὐτὸν ἅπτεσθαι τῶν ἑαυτοῦ ὀφθαλμῶν, μὴ ἰατρὸν ἡγούμενος, ἢ κωλύοι ἄν;

κωλύοι ἄν.

Y el segundo ejemplo, que ya toca lo más sagrado en principio para un padre, afecta directamente a la cara opuesta de la confianza y deja al descubierto su mecanismo doble: aceptar o impedir, permitir o prohibir. Así se juega, como en la limosna y el ayuno, la vida entera del ser humano. En el relato bíblico, dicho sea de paso, en aquel llamado Discurso del Monte del evangelio de Mateo, en el corazón y entre la limosna y el ayuno se pone el diálogo con Dios, la soledad del diálogo con el Padre. ¡Apasionante!

La enfermedad del ojo del hijo es una debilidad. El ojo del padre, por muy gran Rey que sea, es incapaz de ver. No se ve el saber de quien llega diciendo que sabe, de primeras. Se tendrá que probar. Y, una vez probada, tampoco puede ver el padre lo que este que dice que sabe hará. No se ve. El ojo del gran Rey, con el que decide la vida de su hijo, es más débil que la misma debilidad del ojo. El padre va a poner su vida en riesgo en la comida y ahora el hijo mismo. 

En cualquier caso, es verdad que hay saberes esenciales que se pueden probar. Lo que no se ve, ni se puede ver, es lo que se hará con ese saber. Hasta ahí, hasta llegado el momento, ni se ve, ni se puede ver. La confianza en el saber es insuficiente justificación. En el fondo, se confía realmente en la persona que posee un cierto saber. O eso, o la muerte. 

Repito que se repite nuevamente el mismo mecanismo en el ejemplo que antes se examinaba en la vida real. El doble mecanismo de la aceptación y el rechazo. En ambos casos, un saber imprescindible será la prudencia. Pero ese saber no es un saber concreto, sino aplicable a todo lo demás prácticamente y a la vida misma. Se puede volver, de hecho se vuelve siempre, sobre uno mismo. Porque la prudencia es el examen del que no se puede prescindir y se vive en la prudencia o no se conoce. Si se conoce la prudencia, se vive en ella. Si no se conoce la prudencia, se vive en la imprudencia aunque se sepa algo de la prudencia. Repito que esta es la cuestión principal que va apareciendo algo, poco a poco, mientras se está viviendo y examinando lo otro. 

Pero a nosotros, si sospechase que éramos médicos y quisiéramos, abriéndole los ojos, llenárselos de ceniza, me pienso que no nos lo impediría, en el convencimiento de que obrábamos rectamente. 

Se lo impediría.  

τί δ᾽ εἰ τοὺς ὀφθαλμοὺς  ὑὸς αὐτοῦ ἀσθενοῖἆρα ἐῴη ἂν αὐτὸν ἅπτεσθαι τῶν ἑαυτοῦ ὀφθαλμῶνμὴ ἰατρὸν ἡγούμενος κωλύοι ἄν;

κωλύοι ἄν.

Conste que esto de "impedir" tiene mucho que ver, en su raíz, con la verdad. 







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