domingo, 16 de enero de 2022

LISIS. Día 16. (Platón, 207c)

El escenario está. Los personajes están. Falta la acción. Comienza el diálogo de nuevo. En otros parámetros. Una investigación del otro, de los otros, iniciada muy bruscamente. Como gustan quizá los jóvenes de hablar de esto o aquello, sin definir. Ni uno solo pregunta qué quiere decir mayor, noble o bello. Se da por sabido. Pertenece al lenguaje común, al cotidiano. En él nos manejamos, en él existimos, conforma nuestro mundo y va significando nuestra época y tiempo. Así nos comprendemos. La palabra tiene esta grandeza en el trato con el otro, amplía el mundo en el que vivimos. Pero, como suele suceder, en primer lugar se recibe como perteneciendo al mismo mundo, al mundo común. Solo, quizá, después de un rato de conversación, amanece y aparece una sorpresa, un interrogante, una disonancia o confusión. Por el camino se puede incluso uno ir engañando creyendo que entiende y que hablan de lo mismo, pero lo mejor sería que, cuanto antes, apareciera ese tema en el que los dos se dan cuenta de que no están hablando de lo mismo, ni expresando lo mismo. Ya sabemos de los riesgos de la identidad y que el principio lógico de no contradicción se esconde en el fundamento de toda conversación socrática. 

En cualquier caso, no sé dónde se mete Sócrates. Una conversación ha sido siempre una aventura arriesgada. Aunque pueda controlar el inicio no sabe dónde puede terminar. Nadie sabe el final. Nadie debería empezar creyendo que sabe el final. Sócrates es un ignorante. Los demás se acercan igualmente ignorantes. Como de costumbre, ¿quiénes saben que ignoran?

Ignorar y discutir no es lo mismo. Ignorar y dialogar tampoco son lo mismo. Porque en la discusión se produce un enfrentamiento entre los que saben, no entre los que ignoran. Dos personas que piensan distinto discuten porque una de ellas lleva razón, tiene verdad, y otra no. Dicen lo contrario. O bien porque tanto la una como la otra ignoran y lo suyo es una mentira, pero dos mentiras contrarias. O bien pueden discutir porque ambas son parciales en su conocimiento de la verdad. Lo suyo no es la verdad, sino un aspecto de la verdad, pero no se dan cuenta de ello. O bien, lo cual es incluso peor, ninguna sabe qué es la verdad, pero hablan por hablar, discuten por discutir, y lo que hacen siempre es llevar la contraria a otro. El término final de la conversación se da, el auténtico diálogo se da, en tanto que hay salida de uno y otro de sí mismos hacia la realidad que procuran. Es decir, tanto cuanto acontece algo diferente a ambos capaz de medir su realidad y altura. Es maravilloso que todo diálogo socrático comience con una pregunta de altura. Por simple que parezca. 

Si no saben de los dos quién es el mayor, ni quién es de mejor origen, ni quién es el más bello, Sócrates se rebaja hacia la objetividad pura y dura, hacia la del número, hacia la del dinero, que en realidad sabemos que en tantas y tantas ocasiones es la fuente real de toda discordia, pero de una discordia absolutamente "objetiva", como que una cosa mide la altura de la persona, la define, la sitúa. Y desde esa mundanidad repite su ejercicio reiteradamente ampliando su espectro al poder, la gloria y todo lo demás de lo humano, oscureciendo cualquier palabra propia que pudiera salir de este, en su subjetividad, contra el mundo impuesto de la razón económica, material, mundana. Llevados a ese punto de la realidad, en lo que lo no personal define la persona, todo estaría perdido y no habría más conversación humana real. No aparecería el amor, por supuesto. Nada divino. Quien defiende la mundanidad, a buen seguro tiene precio y conoce su precio. Sócrates está en otra órbita. No en vano es el giro de la filosofía frente a la naturalización de todo. Ejerce la resistencia y marca la distancia. 

No preguntaré, les dije, quién de los dos es el más rico. Ambos sois amigos. ¿O no?

Claro que sí, dijeron. 

οὐ μὴν ὁπότερός γε, ἔφην, πλουσιώτερος ὑμῶν, οὐκ ἐρήσομαι: φίλω γάρ ἐστον. ἦ γάρ;

πάνυ γ᾽, ἐφάτην.

No os pregunto por lo que puede decir el dinero, sino por algo distinto a lo que puede decir el dinero de vosotros. Es interesante. Lo que no se quiere preguntar, lo que se quiere preguntar y se pregunta, y que sea sobre el dinero de la discordia y la amistad de la concordia. Algo complicado de decir. Sobre la base de la comparación hablar resulta complejo, porque algo debe establecerse como medida, es decir, que el concepto debe aparecer con claridad suficiente como para iluminar ambas realidades en la comparación y la comparación misma. A simple vista, sin considerar, alguien puede pensar que es fácil, pero nada más engañoso que eso. Porque ambos pueden realizar parte sin que esas partes puedan ser comparables entre sí, por ejemplo, respecto a la bondad o la belleza. No es que sea subjetiva la apreciación, que es esto un engaño más de nuestro mundo de aquel mundo, sino que las partes iluminadas no son comparables entre sí fácilmente. 

Sin embargo, sobre lo que une, quizá sea más fácil dar una palabra. Porque no cabe la discordia en la respuesta a dos amigos sobre la amistad. Se dice mutuamente y a la vez. En términos generales, como bien es sabido, los dos estarán de acuerdo, por lo que reciben y lo que ofrecen. Aunque no siempre estén concordes en la definición misma de la realidad que los mide a ambos. Espero que esto se entienda bien y mis palabras no oscurezcan el asunto. En términos humanos, lo humano mismo está referido fuera de sí a una realidad que, no siendo de cada uno de ellos en propiedad, sino vivida, sigue siendo personal y no objetivante u objetivadora, como podría suceder con el dinero. Mantiene la densidad de lo humano, su altura, frente a la mundanización y concreción del dinero. 

Ya sabemos y no lo digo, que aquí se trata de "amistad" y no "amor" como antes se estaba hablando. Si alguien piensa que son parecidas, que se lo haga mirar o que lo mire en profundidad. 

Por otro lado, la respuesta concorde y a la par, homologada entre ambos es esta y rotunda: "Claro que sí." Como son jóvenes, mejor no examinarlo demasiado. No sea que se sorprendan. La belleza de la amistad es que comienza sin haberse realizado. Solo quienes perseveran en esa unidad de cercanía, en esa unidad de comunión serán quienes al final puedan decir que han vivido algo de la amistad y vean que la amistad es capaz de crecer aunque, en primer término, comience a definirlos como tales y les ofrezca un horizonte de realización altamente humano, denso y exigente. La amistad, como palabra dada mutuamente, falta todavía por realizarse pero comienza confesándose. 

Algunas veces pienso en lo realmente importante que es ofrecer a los jóvenes en su educación estos horizontes primeramente y no darles una crítica de su realidad que les destroce y les haga ver que no han vivido todavía nada, dejándoles caer en el vacío. Otras veces pienso, a decir verdad, que cuanto antes se enfrenten a su propia realidad, antes la voluntad que quiere lo mejor se despertará. Pero eso es mostrarle la maldad del mundo y dejarles sin bondad en ellos suficientemente vivida como para que puedan aferrarse con su humanidad entera a ella. Pero esto es otro cantar. Mi cantar y debate cotidiano. Si me dan a elegir, lo primero es lo mejor para los jóvenes. Y los adultos, o lo que tengamos hoy en nuestro mundo, deberían someterse continuamente a su propia revisión, a su propio examen. Encontrar la pregunta fundamental para su vida que no abandonen jamás. 



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