Si no comprendemos la promesa, tampoco servirá hablar de alianzas, de milagros y de cumplimientos. Si no hay promesa, no hay adviento, nada llega siendo deseado y esperado. Estoy leyendo estos días, entre otras cosas, sobre teología de la salvación a partir de tres autores: Gesché, Cordovilla y Olegario. Efectivamente, para las "Noches en diálogo" con Santi y Jorge. Son tres libros magníficos que recomendaría a todos los que puedan. Hay que estudiar más, hay que profundizar más. Pero más allá de estos tres libros, no sé cómo hemos dejado de hablar de salvación o por qué da miedo recuperar esta palabra, cuando es más necesaria que nunca. Qué ha ocurrido, si no esto, con la covid y con todo lo que ahora no queremos nombrar. Qué ocurre con los grandes dramas del mundo, materiales e inmateriales. Qué les ocurre a los jóvenes, a tantas parejas y sus familias, y a tantas comunidades religiosas o asociaciones de vecinos. El drama del ser humano es que quiere vivir y tiene miedo a desvivirse. Se golpea a sí mismo con raudales de egoísmo que lo corroen todo, donde el otro pasa a ser un interés, donde la gratuidad es verdaderamente un milagro. O yo me he vuelto loco, o el mundo moderno necesita que le hablen de salvación, que escuchen su grito por ser salvado de sí mismo. Pero puede ser que me esté haciendo una especie de niño -no al modo de Nietzsche, por favor, sino del Evangelio- o de Quijote. Me duele enormemente ver el mundo en esta situación. A tanta gente vagando, distrayéndose y poco más, adormecidos con ocio. El ángel de la imagen parece que, más que hablar, lo que quiere es que todo el mundo se entere: ¡Llena de gracia! ¡Qué bello y perfecto quiso Tiziano que apareciera en esta tabla sobre la Resurrección! A un lado el ángel, al otro María y, en medio, el Hijo Resucitado que, como de costumbre, parece que está bailando y desbordando de alegría.
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