Pregunta un amigo que por qué hay diferentes grupos cristianos y no solo diferentes cristianos. Lo pregunta en serio. Llama la atención que no todos sean iguales. Pero creo que lo que más provoca es que estén enfrentados. Se puede comprender fácilmente que los miembros de una familia sean diferentes o incluso contrarios en su vida, que uno vaya para un lado y otro por otro, que a uno quiera vivir su vida más en casa y a otro le guste no pisarla, o que uno tenga un compromiso fuerte con una causa y otro con otra. El problema no es la diferencia, sino la pertenencia. Y que la pertenencia a algunos grupos signifique toda pertenencia y no vaya más allá, rompa la familia o corrompa el vínculo que toda persona debería tener, por el mero hecho de serlo, con la humanidad. No es el perspectivismo, incluso en su exageración, la pregunta principal, sino el grupismo que termina siendo un pertenenciarismo, con más sabor a cárcel y esclavitud que a pertenencia y enraizamiento. Supongo que todos tenemos cosas que purificar para que otra pertenencia sea posible. Empezando yo por las mías, por supuestísimo e indudablemente. Pero bueno, que nadie se ponga estupendo creyendo que esto es algo de ahora y que jamás de los jamases ha pasado. Porque uno se pone a estudiar la historia hacia atrás y llega rápidamente a ver un hilo común en la recepción del Concilio Vaticano II como en sus impulsos motivadores, pasando por toda la edad media y la competición entre órdenes, hasta san Benito y san Agustín fácilmente, y topándose con la carta a los corintios de Pablo y los relatos del evangelio en los que un par de apóstoles anda buscando sillas. ¿O ya hemos olvidado lo de Caín y Abel, que eran hermanos? Pues eso. Una historia de pecado larga larguísima que tiene demasiado "mal común": egoísmos. Tanto la Encarnación como la Pascua son superaciones contundentes, son la victoria.
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