jueves, 18 de noviembre de 2021

CRITÓN. Día 33. (Platón, 49b - 49c)

Estamos en un momento de diálogo en el que aparece la síntesis de las Leyes, como si fuera una Ley por excelencia de la que se pueden derivar todas las demás. Por lo que este "nomos" anciano y ancestral daría en la clave a considerar como la cuestión humana -en un interés incluso mayor que lo humano, si lo hubiera- fundamental para todo lo demás. Se supone que aquí han llegado juntos los dos amigos, con sus situaciones diversas, y que lo han expuesto y vivido así -o intentado al menos- durante toda su vida. 

Expresado brevemente: "Se debe no cometer injusticia" o "No se debe cometer injusticia". En la primera formulación hay una exigencia de vida, mientras que en la segunda hay una privación. No hay derecho, por lo tanto. Y la libertad, que será el problema sin formular subyacente, y cómo comprender la libertad, cae del lado de las posibilidades que parecen abiertas, como lo infinito, a la persona que obra. Sobre quien, por cierto, recae el mandato adelantando toda síntesis, sin pasar por una mediación de oposición. Simplemente eso: "No cometer injusticia."

Tal es el grado de la afirmación, que se subraya "de ningún modo", "en ninguna ocasión". Hasta aquí, en principio, todo fácil de comprender. Si no fuera porque se sufre, es decir, porque se sabe que "cometer injusticia" parece como posible y otros lo hacen "dañando". Especialmente nos enteramos cuando "me dañan". Es decir, cuando juego en un mundo en el que las reglas que son para todos no son por todos igualmente respetadas. Y el imperativo "no dañes al otro" se rebaja de intensidad y vigor. 

Insisto. El problema no está en el abstracto "vivir sin cometer injusticia" cuanto en el concreto "qué hacer cuando la sufro". Y, siguiendo la síntesis racionalmente lograda en el diálogo, se concluye: 

Por tanto, tampoco si se recibe injusticia se debe responder con la injusticia, como cree la mayoría, puesto que de ningún modo se debe cometer injusticia.

Es evidente.

οὐδὲ ἀδικούμενον ἄρα ἀνταδικεῖνὡς οἱ πολλοὶ οἴονταιἐπειδή γε οὐδαμῶς δεῖ ἀδικεῖν.

οὐ φαίνεται.

Yo no diría que es "el caso extremo de la norma" cuanto "el caso más habitual", cuyo punto de partida queda reflejado en la acción, y no ya la opinión meramente de la mayoría. Lo común es, por desgracia, responder con injusticia a la injusticia, y por tanto aumentar el dolor en el mundo, con la terrible sensación de que hay que andar con un extraordinario cuidado con todos y en toda relación. Es decir, dejándolo más claro, no es una norma para la prevención, sino terapéutica. Quiere, en la sede misma de la acción de la persona, incidir para la sanación de la humanidad, para mermar el sufrimiento. Con la confianza, por tanto, que de semejante forma de vida alumbrará el fondo oscurecido en el que la persona está, y que le pasa desconocido entre tanto sinsentido. 

Por otro lado, lo de Critón es "de traca". Está lejos de ser algo evidente, salvo en el interior del diálogo. En el interior de este diálogo en el que la razón, no si sacrificio y esfuerzo, ha aparecido hablando por sí misma de "amor al prójimo", por supuesto que "no cometer injusticia" es lo más básico de lo básico, lo más evidente de lo evidente. Pero para alguien que ha estado ahí, que ha participado sinceramente, sin resistir a lo que la razón muestra, desprotegido de sí, quizá por primera vez en mucho tiempo o como nunca lo había hecho. 

Aquí sí que es evidente, pero no lo es de suyo. Tampoco es para elegidos por unas dotes especiales. Solo es el diálogo el que lo posibilita, en tanto que se hace viable la verdad compartida. No hay nada enredado y se ha podido desatar un diálogo fecundo con el bien, que ambos han escuchado. 

Algo que, sin duda, ha pasado a la historia de la humanidad: no se puede hacer mal por mal. Se cancela la ley del talión, el intercambio equilibrado, la mutua referencia, la inmanencia de la copertenencia histórica, la codependencia sangrante. Y se sitúa, en contra, como si fuera un escudo, la calma, el sosiego, la respuesta prudente y valiente, la contención de la pasión y el dominio de sí. Pues a quién no, incluso después de mucho trabajo, le tienta la correspondencia del recibir y del dar. 

Sitúa, por cierto, la persona en una doble pasividad e intermedio muy curioso. Entre lo que recibe inmediatamente de los otros y lo recibido eternamente a través de la razón. Una situación de pasividad que se ve ciertamente afectada, de la que no puede zafarse ni por un lado, ni por el otro. Sin quedar por ello atrapado, encadenado, determinado. Ni siquiera está obligado a nada, en ninguno de los dos casos, aunque uno se sitúe imaginariamente en una altura y otro en otra, y, por tanto, en desequilibrio. 

Sea como sea, el imperativo se dirige siempre a alguien que vive y es capaz de responder libremente. Quizá, diciendo más, gracias a la máxima es liberado para la libertad, con capacidad -ahora sí- para responder en plenitud según la altura de sí mismo, con una esperanza abierta a toda esperanza y frente a toda desesperación. No veo que sea posible de otro modo. Sin duda, aquí hay dicha una verdad que entroncará profundamente con el cristianismo, como moral de libertad y de bien. 

Responder con mal, con injusticia, con odio... ¡no está permitido!  




No hay comentarios:

Publicar un comentario