domingo, 10 de octubre de 2021

Entre Gorgias y Critón

Entre Gorgias y Critón hay proximidades y distancias. Digo esto sobre los diálogos, no sobre los personajes, que debieron existir. Banquete es una construcción mayor. Una trilogía que podría leerse unida. En este orden precisamente. Primero Gorgias, después Critón, luego un largo tiempo sin leer y, por fin, llegar a Banquete. 

El cristianismo es amor al prójimo. Insisto mucho en que sobran causas y temas. Lo digo en serio, sobran. Oscurecen el mandamiento principal, lo reducen más que condensan. Y uno tras otro termina estableciendo una línea entre malos y buenos moralizando algo donde no hay más que aquello que de Dios llega y nos atraviesa hacia otros, hacia el prójimo. El amor al prójimo cristiano es gratuidad porque no es nuestro. Si amamos con nuestras fuerzas, oscurecemos a Dios. Si amamos a algunos entre los prójimos, oscurecemos a Dios también. Insistiría en esto lo que hiciera falta. El mandamiento único es el amor. No hay libro en el que lo haya descubierto, salvo el Evangelio. 

Marión presenta el fenómeno saturado. Un fenómeno que en su donación excede y supera. Creo que Lacoste lo trabaja mejor. Diría, además, sin pretender añadir nada a ninguno de los dos, sino en otro orden, que es una realidad que nos hace personas, que en su donación nos constituye, no como sujetos entre objetos, que eso lo hacemos nosotros por nosotros mismos sin ayuda de nadie, sino como personas en una humanidad recibida y compartida. El entre de muchas filosofías no es uno y el mismo, no es el mundo, y sí que puede ser la humanidad y el amor a la humanidad. La humanidad se ama a sí misma de modo diferente en cada uno y en el entre, en el común. En el común hay una desposesión que se debe a la donación por la que se entra en él, por la gratuidad de la donación, por el exceso del fenómeno. No sé si es saturado por densidad y por la impenetrabilidad en él, pero sí por la porosidad hacia el otro. Algo en la saturación es más apertura que cerrazón. 

Se ha publicado un libro sobre filósofas del siglo XX muy interesante. Se curtieron. Hoy no sé por dónde van los tiros en muchos casos. Noto una enorme dispersión. Algunas filosofías están preocupadas exclusivamente en sí mismas. Son un desastre devastador. Un pesimismo lacerante. 

La música se aprende, se afina en quien la escucha. Conferencias como las de Ramón Gener ayudan mucho. Como es un mundo en el que me sumerjo en mi propia ignorancia y disfrute, personas como él me ayudan mucho. Levantaría un monumento enorme a personas didácticas como él. Los hay también menos mediáticos. Pero valoro mucho la buena divulgación. Casi tanto como odio esa palabra. Son maestros, no divulgadores. Maestros de cultura. Tres libros sobre música andan ya cerca. Tres editoriales diferentes. Me gustaría, siempre lo he dicho, disfrutar más de lo bello, de la belleza, del arte y de la estética. Pero sigo en pantalones vaqueros. 

Para leer a Henry hay que distinguir muy bien, muy finamente entre vida y mundo, entre mundo de la vida y mundo de la objetividad. Y saber de la primera casi antes que de la segunda. Por cierto, desconozco sus novelas. Parece que tuvieron un éxito notable que no acompañó a "La esencia de la manifestación". Por qué será. Lo intuyo. El primer libro al que me acerqué fue "Yo soy la verdad". Los últimos que he descubierto son los dos tomos sobre Marx, con quien tiene claras deudas intelectuales y de quien hace una recepción muy propia, ciertamente recortando aquí y allá. O al menos a mí me lo parece. La gente que no lee a Marx, pero habla de él como si tal cosa, termina diciendo barbaridades. Como quienes lo leen demasiado, que todavía los hay. Tengo un par de amigos que saben mucho de Henry. Con ninguno he tomado un café. Y el día que lo hagamos, si es que se da la ocasión y hay voluntad para ello, no hablaremos de él. Me temo. 

A propósito de los poemas, me llega hoy esto: "El poema es una mano extendida sobre el abismo. ¿Para salvarte? No, para no caer solo." De Ana Pérez Cañamares, poeta a quien no conozco. Me lo envían en prosa. Por si alguien luego quiere corregirlo. A la fe, ciertamente, no le hace falta poema alguno para hacer que la persona no esté sola. O, mejor dicho, la fe hace cumplir con la soledad de un modo tan personal y propio que hace que la soledad sea tal sin romperla cuando se abre al otro. Creo que pronunciar la palabra "soledad" es en muchos casos lo mismo que decirse y saberse "único, irrepetible e insustituible", pero que eso no es sino la vida. Es más, diría que la soledad no se ve, ni se nota sin otros. Que en lugar de hablar de "soledad" sería mejor estudiar la comunicación entre ambas y usar un cierto plural que a lo mejor no está inventado. 

Sobre la pobreza de nuestro lenguaje y nuestro modo indigente de caminar por el mundo, basta para mostrarlo hacer el siguiente ejercicio: hablar de la hoja de un árbol en otoño, de su color y su forma, sin sacarla del lugar en el que está. Nada de cogerla entre las manos. Nada de manipularla. 

Ángel Viñas compartió esta mañana en Twitter algo de Shestov. Este autor es una locura maravillosa. Aunque, de lo que he podido leer, nada como "Atenas y Jerusalén", que es un libro para perderse y comprender a retazos. Hubiera sido un gran intelectual del siglo XXI o se hubiera perdido en la insignificancia más absoluta, porque sus preocupaciones y formas son plenamente actuales y plenamente distópicas. Quiebra el sentido. Es uno más entre los grandes que nada quieren con el sistema o, incluso, un cierto sentido. Aunque otros que exploraron la necesidad de un sistema de representación no llegaban ni a la mitad de lo que ahora vemos que implica la totalidad. Es lamentable que las personas, con la cantidad de posibilidades que tenemos abiertas a nuestra permanente disposición, vayamos siempre en una dirección que parece atentar contra nuestra misma humanidad. Salvo que nos salve algún tipo de lírica, épica o impacto. A Sócrates no le avisaron de lo que iba a ocurrir cuando bajara de nuevo a la caverna y Platón quiso dar detalle de ello sin metáforas. 

El Evangelio de hoy no es ni para entender, ni para escuchar, ni para recibir explicaciones. Es para escuchar y vivir. No hace falta nada más. O todo lo demás sobra hoy. 

Sé que es una manía mía y poco más. Pero qué libertad tan mezquina se impone cuando se obliga a vivirla haciendo lo mismo que todos los demás y todo lo que los otros esperan que hagas. ¿No hay más salida que la de volver a ser como niños? ¿Será posible? 

Mañana llega un nuevo libro que me da cierta pereza. Viene presentado con un subtítulo en forma de recetario y técnicas de mil maneras para alcanzar lo bello, bueno y verdadero. Confío en que no me salgan erupciones, que estoy atópico últimamente. 



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