Filosofía es un apartarse y un comparecer. No queda bien decirlo, porque corren tiempos de transformación en los que hay que estar comprometido con todo lo que se pueda. Pero lo cierto es que la tarea filosofía es un apartarse, alejarse de lo que pasa y muy probablemente también sea imprescindible tomar distancia con el otro, pero mucho más con uno mismo. Y pensar, pensar. Y hacerlo en serio. No sometido a las preguntas que lleguen, sino a la vida.
Puede sonar mal, muy mal. Entenderse peor. Sin embargo, creo que es así y que se ha ejercido así. Con la precariedad que se quiera, con la incertidumbre a raudales que surge de semejante postura. Sin que, por otro lado, se pueda decir que esta distancia es indiferencia, al modo como se comprende hoy, sino más bien total implicación con la realidad desde la búsqueda de la verdad, que ya es amor y esperanza. Frente a la indiferencia, diferenciación. Mejor, frente a la confusión y consumición de la vida personal, singularidad inquietante. Repito que la distancia no conduce a la ruptura. Más bien al sufrimiento esperable que sobrevendrá a quien lo intente.
Si esto ocurriera de forma general lo notaríamos. Pero no ocurre. Lo que ocurre es lo contrario. Por eso hay que alejarse de lo general. Y alcanzar cercanía con el logos, la palabra adecuada. Lo que ya es vivir, dicho sea de paso. Vivir no es lo que ocurre después de esto, sino lo que pasa también en la conexión razón y acción.
Lo anterior está en relación con lo que va a ocurrir, con esa penosa confusión, en la que se educa decididamente a cada nueva generación que llega, a cada alma que incrementa el alma en la historia, que es la sinonimia existencia entre placer y bondad, dolor y maldad. Algo que es tan repetido, tan repetido que es discurso común entre quienes viven cada uno en lo suyo, y se entienden y se justifican y se parapetan y se comprenden pese al permanente daño y perjuicio que se hacen el uno al otro, restándose día a día como por roce y golpe tanto sentido como entusiasmo y fuerza.
De vuelta. Conectamos con aquello que llamamos "pernicioso". ¿Qué es y qué se puede decir de ello? Lo curioso del caso es que "al instante", en el presente aislado, en ese presente que no existe propiamente sino dilatado agrupando en torno a sí varios momentos, resultan placenteros. Por tanto, en la inmediatez con el mundo en el que se busca un cierto sentido a todo, como si pudiera hablar el ídolo mudo, se aceptan en conexión con el bien, pues se quiere una vida buena. Sin embargo, "en un tiempo futuro" reaparece el fruto de la semilla que fue plantada con una cara distinta, como inconvenientes semejantes a la enfermedad y la miseria.
La pregunta es, con todo, si no ocurriera esa extraña conexión, que se hace en la persona y no fuera de ella, entre lo que se disfruta como placer hoy y se vive como inconveniente luego, ¿serían entonces un mal o no? Y Sócrates entonces responde por todos los presentes que no serían tomadas por como males sino por el mal que acarrean después.
¿Es un problema, por tanto, en el conocimiento de la persona y su discernimiento de lo bueno y lo malo, la comprensión de su propia temporalidad, de la vida temporal, de la vida en el tiempo, de su sujeción a él? ¿Y cuándo se descubre, tanto esta vida misma como el problema? ¿Van de la mano un momento y el otro, la conciencia de sí y su realidad problemática? ¿Es un problema, sin más, o algo más que un problema? ¿Y cómo se asume? ¿Y cómo se acepta y qué conlleva? Porque el hecho de verse en el tiempo no ayuda a ver el presente y conocer lo que hay ahora, sino en cierta medida solo a interrogarlo y preguntar hacia dónde apunta, si es que se quiere que apunte en alguna dirección. Siempre cave hablar estúpidamente de dejarse llevar y fluir y hacerse agua y navegar por la vida hacia donde sea. Pero eso es estupidez o renuncia a ser.
Es una auténtica tragedia, que asusta solo con mirarla. Y que, según dicen algunos, vuelve todo interesante e importante, como trayendo algo que no existe y obrando en la imaginación todo tipo de posibilidades. Sin la conciencia, la posibilidad no existe realmente. Y solo existe en ella. Sin la conciencia de lo posible limitado, o ilimitado a decir verdad, todo se vería en una única línea o en infinidad de líneas con sentido tanto la primera como la segunda. Y estoy convencido de que alguien podría explicarlas enteras de pasada, según han pasado, sin atisbar ni siquiera un mínimo de todo lo que ha acontecido cuando la conciencia y la libertad se pone en marcha. Es el drama de todo tiempo, la sabiduría del que solo sabe cuando ya pasó todo o está pasando, que es la sabiduría del lector etiológico o del narrador que se va disolviendo.
Dos grandes preocupaciones, que desearíamos alejar: enfermedad y pobreza. No sin motivo. Que encuentran, en el discurso general, un motivo más que razonable y una responsabilidad que todo lo explica. Si hay pobreza, si hay enfermedad es porque algo se ha hecho que la ha atraído, que la ha generado. ¿Destrucción de uno mismo y de la situación en el mundo? ¿Yo y circunstancias? ¿Pueden contra la persona?
Entonces, ¿las cosas no son malas sino por lo que traen tras de sí, pero no son ellas? ¿Es algo así lo que habría que decir? Entonces, ¿se trata de cómo se trata el mundo, es decir, del uso que se da a las cosas o de lo que se busca en ellas? ¿Todo cae en el buen o mal uso que se hace de la realidad y las cosas? Y usar aquí es tratar algo pensando más allá de ese algo, en otra cosa que no está presente. Aunque sea para alejar la posibilidad del mal, que es como parece que aquí se plantea la cuestión. ¿Se puede vivir de otro modo, a la inversa, girando la intención hacia otra realidad que no sea la aceptación anticipada de todos los males posibles que pueden suceder a la persona?
Efectivamente, enfermedad y pobreza "acortan" el tiempo de la vida, van empequeñeciendo la extensión. ¿Esto es lo que sucede, que el mal es anti-extensión? ¿Para qué se quiere más extensión? ¿Para disfrutar más, para un mayor placer? Pero si la vida es temer continuamente el mal, lo cual no es precisamente disfrutar y vivir placer tras placer día tras día, ¿para qué extenderla en cualquier caso si llegamos a un callejón sin salida, a un permanente retroceso sobre nosotros en el conflicto entre un deseo imposible de realizar y una realidad que niega la realización del deseo?
Como la argumentación fluye, con sus vértices y sus aristas, ¿lo vemos al contrario, a ver qué sucede? Sócrates continúa, a ambos les parece estupendo y sigue hablando el filósofo sobre lo que piensan los muchos.
¿Cuál será el contrario, convertido en adverbio? Pues que hay cosas "buenas dolorosas". Las "placenteras malas" son las de antes. Ahora se investiga si existen "dolorosas buenas". Y pone tales ejemplos, tan cotidianos y asumidos como tales, que con el paso de los tiempos ya nos parecen incluso buenos, más buenos que dolorosos. Porque esto del placer y del dolor, siendo en realidad casi una misma y única cosa situada en grados diferentes y que han generado palabras distintas, pierden toda su fuerza respecto de lo que ahora se muestra y que siempre está detrás, o bien oculto o bien siendo ocultado, que es la pregunta radical y la única importante, aquello a lo que en verdad se debería tanto tender como temer.
En el razonamiento de Sócrates, evidentemente, están siendo opuestas con todas las consecuencias. Aunque sea un tanto adolescente la consideración general y radicalizada de todas las cosas, sirve para mostrar sin detenerse en detalles lo esencial frente a los engaños en los que privamos la conciencia de su verdadera función en el alma humana, que no es otra que velar precisamente por su bien y esplendor, por lo que llamamos aquí excelencia, perfección, plenitud. Sin que sean sinónimos reales entre sí.
Lo peor de todo, con todo, es que la consideración en el tiempo tiene algo de manipulación. Y aquí se juega con la aspiración, también práctica, también reducida del uso, según la cual la persona es dueña de su vida y, por otro lado, muy excesivo, de lo que puede ocurrir en ella, cabe esperar en ella. Frente a la enfermedad y la pobreza, ahora se sacude y complace quien escucha considerando que, por supuesto, está en nuestras manos tanto la salud como la riqueza. Y en ellas, como anteriormente hemos dicho, no hay nada de libertad salvo en lo que hacemos, no hay nada de acontecimiento salvo el idolátrico ser dueños de nuestro destino y no solo del alma, de la vida.
Todo el mundo asiente. Esto es, para muchos, lo más razonable de lo razonable, lo más inmediato de lo inmediato, lo que el pueblo ha ido componiendo con su sabiduría en la tradición, en la educación, en su ciencia de la vida y de la persona y de las relaciones de la persona con toda realidad, incluidas en ella los dioses, la divinidad, Dios mismo. Y el paso siguiente, a considerar que nos sobra todo y que lo mejor es quedarnos a solas con nosotros mismos, la tentación de las tentaciones y el señorío de los fantasmas está al acecho. Bordeando el precipicio como se está haciendo, sin seguridad alguna, lo que se recibe y se está leyendo, menos cuando se tenga el aviso de la ironía en la que está escrito, es peligrosísimo. Los griegos dijeron "hybris", la Biblia lo llama "el gran pecado" del orgullo.
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