jueves, 12 de agosto de 2021

PROTÁGORAS. Día 92. (Platón, 352c - 352e)

"En la prudencia, hay socorro." De esta manera, tan contundente, avisa Sócrates a Protágoras del "método científico", porque es su base. Ejercer la prudencia no puede ser, sin embargo, lo mismo que coger una herramienta para labrar, un telescopio, una nave, lo que sea, como tampoco puede ser un experimento. Ejercer la prudencia es, a decir verdad, hacerse prudente. Lo cual sería algo así como volverse sobre sí mismo, contenerse y dominarse. 

Pero hay algo más curioso. La prudencia no evita el chapuzón, sino que más bien, estando la persona donde está y como está, es decir, a punto de ahogarse, lo que hace la prudencia es prestar ayuda, como quien procura que no colapse, pero sin darle total escudo, defensa y reposo. Estamos metidos en un lío de ignorancias tremendo ante el que es posible, muy posible sucumbir. O peor aún, matar. 

Prudencia sería reconocer y tomar conciencia, como mínimo, de este enorme desafío y aventura, y ponerse delante de lo que supera como tal, sin deshacer su complejidad, sin querer robarle a la realidad su amplitud. Prudencia es esa amplitud, precisamente esa capacidad que da mirar quizá lejos y no solo delante o lo que rodea inmediatamente para descubrir que no es que esté mojado porque el agua toca la piel sensible a ella, sino que nos encontramos en un mar del que desconocemos sus límites. Y esto es metafórico. Tal vez así, con prudencia, se puede afrontar del modo más adecuado, discernir con más claridad e ir paso a paso. No a trancas y barrancas, no tomando la realidad entera como nada. Sino recordar que palpamos extraordinariamente poco en comparación con todo lo que hay. La sensibilidad no da. La vista se agota. ¿Queda algo en la persona que sea poderoso?

La conversación entre dos tiene sus ventajas, por supuesto. Sin embargo, no son los únicos en el escenario del mundo. Y no alcanzan los días para ir uno por uno, ni se puede exigir esta "virtud". Sócrates está ahí y ya ha ido haciendo su trabajo. Protágoras, en el fondo, es un afortunado que quizá se vuelva cómplice de esta sanación imposible de realizar en todos. 

La prudencia, no sé si claudicaría por sí sola ante todo, pero dudo que sin más compañía haga algo, se mueva, se comprometa. No es cálculo, sino avistamiento de lo imposible, impensable, infranqueable, de toda limitación en uno mismo frente a lo ilimitado de lo otro, donde las rocas raras veces hieren, aunque también, y donde hay otros seres a los que temer mucho más que a árboles, libros o piedras. La prudencia, si de algo sabe por otro lado, es de su propia debilidad y carencia. Un alma prudente será un alma inmóvil, que recibe y acepta el impacto y poco más. Socorre, pero no salva, no guarda definitivamente, ni conduce siquiera a la esperanza por ella misma, aunque tenga vetas que permitan pensarlo. 

Es duro reconocerlo. Y, por si fuera poco, esto no se hace ni mucho menos cuando se ha comenzado a vivir, ni a las primeras de cambio. Aunque esté ahí, el miedo bloquea cualquier tentativa de hacerse con ello y mejor escapar y huir de otras formas que elegir prudencia y moderación, pues se imagina al inicio quien es sacudido por todo esto que no todo el monte pueden ser cardos y que irán fluctuando azarosamente o de otro modo lo que se recibe de un lado y lo que se recibe de otro. Lo cual, a decir verdad, es demasiado confiar y posponer aquello que a la vuelta de la esquina aparecerá de nuevo y otra vez a distraerse quizá y seguir adelante dejando pasar el tiempo. 

La prudencia no se elije. Muy probablemente no se elija. Sino que sea una especie de visita constante que con los años termina por aceptarse, si es el caso. 

Sócrates continúa. Por qué entonces, si se sabe lo mejor, no se hace aquello que se sabe que es lo mejor. Porque algunas personas dicen saberlo y sabiéndolo no lo ponen en práctica, sino que hacen otras cosas que serían peores. Y esto es fácilmente comprobable casi con cualquiera. Sé que lo mejor sería que... pero... 

Y el argumento que dan los muchos es que son vencidos por las pasiones, que según ellos no son razones, ni tienen logos. Por lo tanto, la razón sucumbe, sin fuerza, aunque en lo suyo es buena y sabe lo mejor y reconoce lo mejor. 

Pregunta Sócrates si esto es así. Y tan claro parece el argumento irónico que, aun hablando de prudencia y sensatez y cordura y de lo difícil que es tratar todo esto, que no es tratar con bolas de malabares, ni describir las formas de una escultura o pintura, pues Protágoras vuelve a sucumbir y, para él, cualquier cosa menos emparentarse con la opinión general, pese a no saber ni lo que está queriendo decir Sócrates con todo esto. Es decir, que tomado el pensamiento general las personas no son dueñas de sí mismas con razones y juicios y ciencia, sino que placer y dolor se apoderan fácilmente de ellas (y, por lo tanto, de su misma razón) y el placer y el dolor sí tienen la fuerza suficiente para gobernar, liderar y decidir como quien en el mar es zarandeado por las olas sin hacer pie alguno, simplemente arriba y abajo. 

Placer y dolor. Siendo contrarios entre ellos, curiosamente son descritos así como con fuerza para gobernar. O al menos, así piensan los muchos, en el argumento de Sócrates (y Protágoras). No son, por supuesto, efectos sobre el cuerpo, golpes contra él, unas veces suaves y otros duros. No tenemos una sensibilidad tal que, a decir verdad, sea capaces de reconocerlos. Sino que habría que hablar otra vez más de aquello que nos parece placer o nos parece dolor. Para el primero, en la apariencia siquiera y sin vivirlo juzgar de antemano que será un bien, un beneficio. O repetir lo que nos ha dado, en otros casos, ese placer. Para el segundo, también desde lejos, como estéticamente, procurar a todas luces que no nos alcance de lleno, ni nos roce. 

Pero, ¿qué pasaría entonces con el otro, empezando por el que queremos? También nuestra vida se tiene que dirigir a ello, martilleándonos con la posibilidad -que no es otra cosa que posibilidad- de lo que viene sobre nosotros y añadir a esto lo que vendrá sobre otros? ¿O nos quedamos hacia dentro y no nos hacemos la pregunta por nada más, pese a que sea también fuente de placer el placer de otros y fuente del sufrimiento el sufrimiento de otros? Es más, ¿no es aquí donde realmente se descubre todo eso de lo que hablamos, como también ocurre con la muerte? ¿No es este un importantísimo descubrimiento, quizá la ruptura de la ingenuidad, que es ignorancia, del mundo en el que comenzamos a vivir? ¿No nos dice esto del placer y el sufrimiento en el otro, al que amamos, que esto va en serio? ¿No es serio? 

Por supuesto, Protágoras dice lo que tiene que decir: 

Creo que, como en muchos otros temas, no hablan correctamente los hombres. 

πολλὰ γὰρ οἶμαι, ἔφη, ὦ Σώκρατες, καὶ ἄλλα οὐκ ὀρθῶς λέγουσιν οἱ ἄνθρωποι. 

Y se queda tan tranquilo. Si no es así, dinos Protágoras qué es lo que tú dices que tendría que ser la mejor explicación a todo esto. 

Y se queda tan tranquilo, diciendo que los otros seres humanos, que son muchedumbre, en este tema como en muchos otros, no tienen orden. ¿Te das cuenta, Protágoras, de que hay que andarse con cuidado, para al menos no dejarse matar por el placer que otros sienten o por el dolor que pueden otros provocar? Imaginando el mundo en el que vivimos es para echarse a temblar. Personas por aquí y por allí, según Protágoras, sujetas a filias y fobias, a una lucha de contrarios interna que no pueden resolver, capaz de lo mejor y lo peor, o de lo mejor por casualidad y no quiero saber hasta qué punto la atrocidad y la barbarie. 

¿Se renuncia o se sigue adelante? 






No hay comentarios:

Publicar un comentario