miércoles, 25 de agosto de 2021

PROTÁGORAS. Día 105. (Platón, 358d - 358e)

Encuentro un problema en la ignorancia, que es su definición en esta pregunta pasada. Que la ignorancia tenga definición en relación a la falsedad y el engaño. Comprendo ambas cosas de dos formas diferentes. Lo falso se puede entender como error en sentido amplio, como inadecuación, pero resulta de un juicio de la reflexión y no es directamente alcanzable en la expresión de sí mismo. En el engaño entran más cuestiones a valorar, especialmente quién engaña y cómo engaña. El engañado desconoce la falsedad, para él es verdad recibida y en la que confía. Si la verdad se puede sustituir en la vida por la mentira, sin atisbo alguno que la delate, el asunto es muy grave. Supongo que se comprende la magnitud de lo que supone. El engañador, además, resulta de toda confianza; se asume lo que dice sin remilgos. 

Sin lugar a dudas, se da. De ahí que la importancia del examen, de la reflexión sea capital. Y hacerlo con alguien que sea capaz de hacer preguntas rotundas y contundentes, sin miramientos. Alejarse, en este sentido, de quienes hablan diciendo verdades y enseñan tales, sin dar la herramienta capaz de trascenderlas, es decir, de criticarlas, al modo como hoy se usa esta palabra. Pero sobre todo trascenderlas, alejarse de ellas, descubrir el qué horizonte se emplean, cuál es su finalidad y no su cierre relativo a la cosa o al mundo de lo que hay. 

Seguiré con ello. No quisiera ser pretencioso y creer que se supera a Platón fácilmente. No quisiera darlo a entender en absoluto. Solo ahondar en lo que expuso, que me parece la vía imprescindible a la que filosóficamente he quedado incorporado, precisamente porque me invita permanentemente a salir de ella. La ignorancia aquí expuesta es, a mi entender, el modo más razonable de recibir el misterio en primera instancia. Y el saber de la propia ignorancia es un saber más allá de ciertos saberes considerados genuinos y primeros. Considero igualmente que sí hay superación del planteamiento según el cual somos medida de todas las cosas, precisamente en la imposibilidad de hacernos absolutamente con la realidad que presentada sinceramente nos desborda, y reconocerla como desbordante es, en cierto modo, esta ignorancia, tal y como yo la entiendo. 

Sócrates preguntaba sobre la ignorancia si era la opinión falsa y estar engañados. Después, por lo tanto, que nadie se dirige hacia el mal por su propia voluntad sabiendo que es un mal, sino por ignorancia. Hasta el punto de que "no cabe en naturaleza humana". E incluso en el caso extremo de elegir en la oscuridad absoluta, como si no existiera bien alguno, nadie elegiría el exceso de mal frente al mal menor. Algo que ha pasado a la historia del pensamiento y el acerbo popular sin la menor reflexión, siendo una especie de -aquí uso un lenguaje religioso- blasfemia, de radical desconfianza y desesperación, pues confiesa la victoria del mal antes de que nada ocurra, derrotando a la persona que así piensa, antes de realizar cualquier acción. 

A mis jovencísimos -cada vez más jóvenes, por cierto- alumnos en clase (excursus) les propongo lo siguiente. ¿Elegimos entre bien y mal? Y muchos dicen de primeras que sí. A lo que yo intento aclararles que no, porque ahí no hay nada que decidir realmente, sino la mera necesidad supuesta de tener que hacer algo con uno mismo. Lo realmente cotidiano no es, ni de lejos, lo que aquí propone como pregunta Sócrates, elegir entre el mal y el mal y sacar una balanza, sino que más bien todo se resuelve en una especie de presentación de bienes, a los que sí atendemos y deseamos, y la, ahora sí, obligación de ser libre limitándose humanamente a uno de ellos. Siendo esto así, el criterio según el cual se orienta la persona se llama "mejor". Y podemos limitarnos a comparar unas cosas con otras, en el marco de los deseos y las aspiraciones inmediatas, o servirnos del bien perfecto como horizonte último y que él, a diferencia de nosotros, sea quien revele con su especial brillo, que no es precisamente el de la intensidad y la luminaria del anuncio, por dónde continuar. Es decir, la misma libertad sitúa imprescindiblemente en la tesitura de algo que la filosofía considera casi imposible normalmente: la capacidad de escucha y acogida del Bien. Me parece que este olvido pretendido ha sumido y sigue sumiendo a la humanidad en el solipsismo y el nihilismo al que han abocado ciertas personas desde sus propias experiencias personales, creyéndose así toda la humanidad en su conjunto, sin considerar nada más que a sí mismo como criterio último de validez para orientar la historia. Y tal pérdida de horizonte y sentido resulta decisiva en la modernidad hasta nuestros días. Volver a Platón siempre es, en este caso, un alivio a la asfixiante fragmentación propiciada por la falta de suelo desde la que comprender la libertad y sus paradojas. 

Sigo. Porque como a todos le parecía bien lo que Sócrates estaba diciendo, en el fondo es como si nadie se estuviera enterando de nada de lo que está preguntando. Qué paciencia. 

Entonces, por si fuera poco, sigue con algo imprescindible a considerar, que se conoce suficientemente bien en nuestro tiempo, casi tanto como en el suyo. 

¿Y a qué llamáis temor y miedo? ¿Acaso a lo mismo que yo? Por ti lo digo, Pródico. Habla de una cierta expectación del mal, ya lo llaméis temor ya miedo. 

τί οὖν; ἔφην ἐγώ, καλεῖτέ τι δέος καὶ φόβον; καὶ ἆρα ὅπερ ἐγώ; (πρὸς σὲ λέγω, ὦ Πρόδικε). προσδοκίαν τινὰ λέγω κακοῦ τοῦτο, εἴτε φόβον εἴτε δέος καλεῖτε. 

Y en el mismo diálogo, Pródico, pese a las ironías que ha recibido en otras ocasiones, sigue en lo suyo. Así que...

En fin, dije, Pródico, no importa. Aquí está lo interesante. Si es verdad lo anterior, ¿algún hombre querrá ir hacia las cosas que teme, si le es posible ir hacia las que no teme? Sin duda que es imposible, según lo que hemos acordado. Porque está reconocido que cree que son males las cosas que teme. Y a las que cree males, nadie querrá llegarse ni tomarlas por propia voluntad. 

¿Qué decir del párrafo anterior? Pues repetir lo que es más que evidente. Que funcionamos mejor dando por "hecho" el mal que evitar y del que esconderse, donde sea, sobre todo si es un "gran mal" en tamaño y en expectativa, porque eso permite justificar casi cualquier acción. Y si esto se extiende, y se descubren todos los miedos y todos los males que se prevén, cualquier cosa será posible y quedará "racionalmente" encumbrada, incluso aplaudida y deseada. ¿Cómo no terminar entonces en guerra frente al posible enemigo? ¡Casi mejor empezar cuanto antes! 

Y Pródico, que siga con lo suyo. Lo fundamental es otra cosa. 

E insisto, ¿no decíamos que la ignorancia era lo principal respecto de los asuntos de mayor importancia? Porque parece que con el mal lo tenemos meridianamente claro. Y que además lo decimos sin rubor, dándolo por hecho incuestionable mucho antes de que ocurra cualquier cosa. Es más, queriendo impedir que ocurra cualquier cosa y erigiéndonos en dueños y señores de la historia bajo la lógica del poder, de la dominación, de la violencia si es necesario. Porque será, en cualquier caso, vivir bajo la presión del "mal menor". Ya sabemos entonces que, en este mundo y bajo esta lógica, aquello del "bien mayor, de lo mejor, del bien perfecto" es propio, claro que sí, de los ingenuos, de pobres personas inocentes, nada sabias, que no conocen lo que es realmente la guerra, el mal... 

Y con esto, vamos bien servidos para ir pensando. 




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