lunes, 12 de julio de 2021

PROTÁGORAS. Día 64. (Platón, 338c - 339a)

Si hay que escoger un juez, mejor que sea "superior a nosotros". Esto vale para todo en la vida. Y dado que muy probablemente lo necesitemos, casi continuamente, que sea en lo posible amigo y consejero. Mejor si el juez puede hablar antes de la sentencia, porque de lo contrario nos quedaremos sin respuesta. Y, por poco que hayamos vivido y nos hayamos tomado en serio, la escapatoria será imposible y caerá la sentencia como una lápida que todo lo cierra para siempre. Si el juez habla antes, si el juez acompaña, entonces todo cambiaría. 

Volviendo el texto, a todos les ha parecido magnífica la opinión de Hipias. Los sofistas son así. En seguida cautivan. En los dos sentidos que se puede dar a esta palabra. Y lo que dejan a su paso son, por lo tanto, cautivos. Aunque aplaudan, aunque sientan alegría, aunque parezca magnífico. 

Como en tantas ocasiones, volvamos a algo muy básico. Igual que debemos ordenar la realidad en capas y confundirnos y situar las cosas en un único plano se resuelve en una competición ridícula y totalitarismos de todo tipo, igual que hay que aprender a distinguir con finura partiendo de la misma realidad y con mucha prudencia, igual que hay que hacer eso con toda la realidad, de igual forma debemos proceder con las personas y cuidado con situar a unos fuera de un plano común y fuera del diálogo, porque en ese caso las personas pasan a gobernar lo ingobernable que es el otro y a dominar lo que es indomesticable que es la libertad ajena. La igualdad, como principio, es salvífico. Constituye como principio el espacio público en el que es propio el diálogo social. O dicho con otras palabras, que también han aparecido aquí aunque con otras intenciones, podríamos hablar de lo salvífico de la amistad e incluso de la fraternidad. 

Volvamos. Hipias quiere salir del plano público en el que se encuentra con otros y situarlo todo bajo la fuerza de un semidios sentenciador llamado juez. Y Sócrates alerta de lo ridículo que sería eso. De modo que Protágoras quedaría como ignorante y, aprovechando su ironía, recuerda cómo se vería en tal situación el sabio que dicen tener delante. 

Salgamos del embrollo, pero mantengamos la forma. Sócrates propone que Protágoras pregunte, si es que teme responder. Es más, Sócrates dice algo más. Atención. Sócrates le pide a Protágoras que él pregunte para poder mostrarle "cómo creo yo que el que responde debe responder". Y cuando aprenda, que responda entonces. Y, si se niega, entonces le rogaremos que cambie. 

Cualquier cosa menos "destruir el coloquio", es decir, que todos actúen en común. ¡Qué bello! ¡Qué gran verdad, de paso! Como he dicho antes, lo común es lo que situaría a todos en igualdad ante el discurso. Lo que sea menos destruirlo. Porque muy probablemente entonces la verdad no se hará paso en la comunidad. Porque si se actúa de otra forma no habrá salida para ello. Todo se resolverá en la división y, por tanto, en el enfrentamiento. Pero usar el diálogo es siempre posible si se quiere vivir su exigencia con respecto a la verdad, siendo los que hablan cauces para hablar escuchándose, escucharse hablando, tanto en uno mismo como en el otro. Y hacer el contraste, para que las palabras no sean todo el logos. 

El párrafo que resume todas las preguntas de Protágoras, que el diálogo platónico esconde sin dar ninguna importancia, como una fase de aprendizaje cansado en el que el sabio ha entrado ya de mala gana y cansando, entonces, después de un rato supuesto y puesto aquí entre paréntesis. 

"Empezó a preguntar."




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