sábado, 10 de julio de 2021

PROTÁGORAS. Día 62. (Platón, 337a - 337c)

La situación es la siguiente. La asamblea de asistentes al diálogo o debate entre Sócrates y Protágoras está hablando, casi entre ella misma, sobre las condiciones en las que debe producirse. La pregunta sería es si vale cualquier cosa, si cada cual debe poner sus reglas, si hay condiciones que lo hacen posible o no. Y las posiciones van, hasta el momento, desde la defensa de uno y otro, la neutralidad, y veremos qué llega ahora. Calias, Alcibíades, Critias han intervenido dando su parecer. Pero no tienen claro lo que está pasando. No todos. 

Es muy interesante verlo así, porque algo de lo vivido comienza a ser aprendido por ellos. Salir de su anonimato, exponerse, dar su parecer, contrastarlo. Dejan más o menos claras sus motivaciones y pasiones. Se pueden leer entre líneas. Tanto lo que han comprendido como lo que se está escapando de su mirada. Es un ejercicio entre todos, que el papel modera. En la escritura es imposible la interrupción, la superposición de unos y otros, como bien puede ocurrir en la sociedad y el diálogo. A lo sumo es el lector quien, con su pensamiento, puede estar interrumpiendo en lugar de escuchando. Pero es difícil que suceda. El papel, la escritura calma esa violencia. 

En todo esto hay que, a mi modo de ver, usar una precaución: no jugar con las palabras, sino atender a las realidades y procurar definirlas lo mejor posible. Esa insistencia en el límite, en lo que refieren, en la correlación o relación sin más, lo más nítida posible, lo más acordada y verificada, lo más conforme a la verdad. Enredarse en distinciones inútiles es peligroso. Las palabras no son juguetes. 

Ahora le toca a Pródico. Para él, el lugar de la asamblea, como conjunto de oyentes y en cada oyente suponemos que también hay que valorarlo, debe ser imparcial, pero no indiferente. Es extraordinariamente luminosa su explicación. El oyente, como un juez, debe escuchar a todos respetándolos, dándoles tiempo, ofreciéndose a recibir lo que tengan que decir. Ahora bien, en una actitud activa de pensamiento y crítica. Esto es, "no conceder una adhesión neutra, sino dar más al más sabio". Un discurso así, que es para enmarcar, resulta de lo más ingenuo. 

Pensemos bien lo que dice. Hagamos, en la distancia, de jueces. 

Pródico defiende, en el fondo, que el que escucha sabe más que los que hablan, porque puede distinguir entre uno y otro la sabiduría, desde la imparcialidad de la distancia y sin ser activos en el diálogo en primera persona. Una situación extraordinaria, como si fuera un dios de los míticos al margen de toda realidad con una bola de cristal. O como si, por ser más benévolo con él de lo que he dicho hasta ahora, en el diálogo apareciera misteriosamente iluminada una verdad contemplable por todos los que están allí presentes, sin más. Algo muy angelical. 

Este joven no tiene la prudencia y prevención con la que comenzaba el diálogo entre Sócrates y su amigo Hipócrates. Se ha quedado sin esa lección. No asume con seriedad la exposición de quien escucha a lo escuchado y el bien o mal que provoca o puede provocar, simplemente por escuchar o ver, la participación pasiva en el diálogo ajeno. Espero haberme explicado mínimamente. Lo que quiero decir es que Pródico parece un sofista más al lado de tantos otros sofistas. Con Pródico volvemos a la ingenuidad del inicio del diálogo. Aunque suena bien lo que dice, claro. 

Repito. A Pródico, en el fondo, no le hace falta el diálogo porque puede, por su misma sabiduría, saber a quién debe prestar más adhesión y a quién no. Y no dice en ningún caso que no debe prestar adhesión a ninguno de los dos, sino al bien y a la verdad. El bien y la verdad quedan para él. Luego, en definitiva, lo mejor sería adherirse a Pródico. Y Sócrates y Protágoras estarían obligados a ello, a sumarse religiosamente a la sentencia del público, especialmente de sabios como Pródico que no participan en el diálogo. 

Pródico continúa. Una cosa es dialogar y otra disputar. Dialogan los amigos por su propia amistad y por amor. Disputan los enemigos, movidos por pasiones y sin razón alguna. Los amigos sí usan la razón. El corazón, para Pródico, parece ir antes. Una voluntad antecede a la inteligencia y el entendimiento. Y, como en patio del colegio, Pródico quiere ser el profesor que desea que sus alumnos se quieran y haya paz, y se puedan hablar las cosas. Y, en paralelo entonces, diferencia entre estimación y elogio. Lo primero sería por deslumbramiento, lo segundo por auténtico asentimiento de la persona hacia quien está hablando. Lo mismo al distinguir entre goce y placer en quien escucha y además aprende. 

La intervención está cargada de detalles y Pródico hace una distinción clara entre dos situaciones completamente diferentes que, según parece, puede confundir quien escucha, el oyente no maduro. Suscribiría la mayoría, en el papel. Está claro que es más complejo verlo en la vida misma. Nos ayudaría a ver muchas situaciones actuales. El caso es el siguiente, en rasgos generales: Pródico habla de lo que puede pasar en toda conversación, pero esconde en sus palabras las precauciones extraordinariamente importantes que el diálogo platónico expone al inicio. No se da, sin más, lo que Pródico dice, por bien que suene. Por poner otra objeción: ¿Hay placer en aprender algo y participar de la sabiduría con la propia inteligencia? ¿Cómo es ese placer? ¿Como el placer de comer para el cuerpo? 

Entiendo lo que quiere decir, pero... 

Muchos aprueban la sabiduría de Pródico. Otra vez la asamblea aplaude. Pródico se ha ganado a los que están allí presentes. ¿Esto es porque es sabio y su sabiduría es reconocida por "la masa" congregada? ¿Es así como ocurren las cosas en la vida política, social, relacional? ¿Es esto así? Dudo mucho que sea así. Al menos no tan común. Al menos no tan directamente. Lo que dice Pródico es tan simple que... 

Pródico es, a mi entender, muy simple. El aplauso final lo deja claro. En el fondo, ha dicho muy poco de lo importante. 

Hipias interviene acto seguido. El "sabio" Hipias. 




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