sábado, 19 de junio de 2021

PROTÁGORAS. Día 41. (Platón, 329a - 329c)

Un discurso contrario confirma el inicial transformándolo con una cualidad que no tenía antes. No se mantiene igual propiamente. Ha llegado para asentarlo. Según parece, las afirmaciones en las que las personas sostenemos la vida tienen cualidades diferentes y pueden variar en robustez o hacerse más débiles. Algo así como la firmeza y la consistencia. 

Eso es terriblemente delicado y se puede vivir también de muchas maneras. Con un referente o sin él. Con más allá de sí mismos o vueltos sobre sí mismos. En el caso de los segundos, por los que intentaría comenzar a describir la cuestión, el discurso se puede ir reforzando a sí mismo y la opinión haciéndose progresivamente más dura, consistente y cerrada, inamovible y tautológica. Pienso que en estos casos no hay propiamente conocimiento alguno, simplemente mecanismos que impidan ver más allá y se tome como todo la exclusión de algo diferente. Sin duda alguna, esta maniobra, que puede darse y de hecho se da, no contempla rendija alguna y, como una especie de albañil, trabaja desde el interior del discurso para que no se vea nada más que una belleza fabricada interiormente, sin salida alguna. Su reiteración se correspondería en su verdad y no habría nada más que sí mismo. En este sentido, se robustece el discurso conforme al cual después se vive, defendiéndose de todo lo demás. 

Más delicado es el primero. Sería un discurso que, dicho en sí mismo y para sí mismo, se exige apertura a algo más refutando su propia suficiencia y necesidad al impedir que pueda permanecer cerrado. Diría que le corresponde señalar, indicar y apuntar, más que poseer. Una afirmación que vincula más allá de sí misma con una realidad que la conforma y confirma, que le ofrece su forma y firme donde apoyar, cuya verdad (eso que llamamos verdad, que intuimos que es la verdad) está más en la relación vinculante que en la apropiación de una realidad, por tanto, muy alejada del dominio. Al hablar de esta firmeza del discurso, mejor dicho de la firmeza que apoya el discurso en la apertura y precariedad que le corresponde, se diría que está claramente más allá de sí mismo, escapa a sí mismo y no se compone tanto de piezas como de aspectos en sí variables y más allá de sí mismos iluminadores. Es más poseído por lo otro que posesión de lo otro, más atracción que distracción. Esto es difícil de explicar sin la vida que le corresponde y desde fuera no se ve. 

El libro se caracteriza por lo cerrado y se entiende de algún modo a sí mismo. Sin embargo, al hablar y dar vida a ese discurso ya no está en el discurso lo relevante, pero tampoco en su "contenido" propiamente, porque no lo contiene, sino en el lugar de vida en el que se pronuncia y es él mismo contenido, visto, escuchado, vivido, sustentado, apoyado. Y esta relación es la que normalmente decimos que es verdad en algún sentido y a lo que se aspira como tal. 

Sócrates compara la rigidez lamentable y clausurada de los discursos bellos e incapaces de dialogar, con la situación en la que está Protágoras, a quien se le ha dejado hablar largamente y que ahora, sin embargo, además dispone de la ocasión favorable para sentarse calmadamente y dejarse preguntar, respondiendo por momentos y brevemente al examen que se avecina. Tras este elogio, en el que se puede notar una enorme adulación y preparación del interlocutor para lo que llega, Protágoras queda al margen de todos los demás y se le exige, con buenas palabras, que diga qué hay en él que realmente merece la pena contemplar. Y no se quede, porque esto nos devolvería a la magistral torpeza del libro, al que hacerle preguntas es tener que vérselas interpretando imaginativamente lo que diría. Como me ocurre a mí con el mismo Platón, aunque no lo escriba normalmente. Sin embargo, la conversación directa y abierta, el diálogo y el debate son de otro orden. Al menos reflejan aquello en lo que desean encontrarse los discursos que es la verdad, que es la vida. 

El vacío es el siguiente. ¿Uno y partes? ¿Partes y uno? Dónde se sitúa la virtud, dónde quedan la justicia, la piedad, la honradez, la prudencia, la sabiduría, el conocimiento. Qué orden tienen y qué las ordena. Y más preguntas que llega. Pero hay que entender bien esta pregunta. Porque no da igual dónde se sitúe, si en el todo o una parte. Si el todo queda esclarecido o no. Si se habla solo de una parte de algo mayor, que interesaría más. Y a esto se le llama unidad. Y a la relación entre todos y partes se le pone el nombre de mereología. Pocas veces atendida justamente. Y determinante para todo, incluida cada persona y su vida, su verdad y la comprensión de la realidad, su decisión y libertad. 

Es esencial y muy mal explicada, o muy mal entendida. Incomprensible, a mi modo de ver, cuando se hace solo como quien quiere escribir palabras para un libro bonito e interesante, pero carente de vida. Aquí el acceso a la cuestión solo se puede hacer viviendo y pensando, por ese orden. Muchos, sin vida y sin pensamiento, se excluyen ya en este punto del diálogo. Lo sepan o no, sigan hablando o no, sigan la conversación o no. Intuyo que ya no comprenderán nada de nada. Por supuesto, todos aquellos que buscan discursos cerrados sobre sí mismos, siendo partes y considerados como un todo, igualmente. Pero esto, insisto, sin vivirlo es imposible saber de qué se está hablando realmente. 

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