martes, 8 de junio de 2021

PROTÁGORAS. Día 30. (Platón, 321d - 322b)

Vuelvo otra vez a la nota sobre el "saber político", con la palabra "sofía". Porque hay un sabiduría que es "profesional", que tiene relación con el hacer ciertas cosas de un modo particular, tendente a perfeccionar una realidad o servirse de ella para sobrevivir. Pero esta dinámica no vale para el trato con otras personas, salvo que signifique asumir desde el inicio un poder tal que permita matar al otro, negarlo, asumirlo como propio, poseerlo. Y, por lo tanto, privarlo de su libertad, de su identidad, de la mirada que cada uno tiene sobre sí mismo y que es, probablemente, lo más valioso y lo que más puede acercarnos, en cuanto a interioridad, al Absoluto, cuando es una contemplación que se hace -se quiere, se aspira a ello, pero no es tan fácil lograrla- desde el bien, la verdad, la belleza. No nos miramos como Absoluto, porque no cabe. Pero sí nos intuimos, nos conocemos y nos vemos al modo como nadie jamás podrá tratar con nosotros. Ni por amor, por supuesto. Esto no lo salva nada, ni nadie. 

En estas esto, en este mito la verdad más palmaria que descubro es esta. La privación de un arte que nos permita tratar a otros al modo como se sabe del resto de realidades o como se sabe de uno mismo. Y no es un "entre" ambos, como si se cogiera de aquí un poco y de allí otro, se pudiera mezclar y combinar de modo estable y equilibrado. Se necesita otra mirada para alcanzar al otro y una sabiduría más cercana a ciertas "locuras", como se habla en cotidiano. Pienso. 

Prometeo y Epimeteo son por eso especialmente relevantes igualmente. Prometeo puede intuir la precariedad en la que se vivirá, hasta cierto punto. Y paliar las circunstancias para proteger el "ser" que ya es y al que le tocará "aparecer" en el mundo. Pero no puede tocar la vida. Eso no. Eso está fuera de su alcance. Lo baña entonces con lo que la falta de previsión le ha despojado. Es cuestión de tiempo, esta relación es temporal y no sintética. 

El robo a Atenea no se nombra, de momento. Se deja caer. Pero Prometeo sufre la falta de tiempo, que quizá también queda traspasada como urgencia, más que prevención, y miedo, más que preocupación. 

Apunta finalmente, por tanto, esta participación de lo divino. En forma de prometeico robo, no donación. A diferencia de otras muchas contemplaciones de la realidad, de muchas otras sabidurías. De ahí, por tanto, una fe primera entre los seres del mundo, no única. Y su relación a través de diversas mediaciones. Antes que todo lo demás. Luego llegó, del conocimiento, la voz y la palabra. Posteriormente, la posibilidad de construir su propio mundo, defendiéndose de lo exterior y sus circunstancias. 

Habitaban en dispersión, sin ciudades. Cada cual libremente, entonces. No al modo como pintan las bucólicas naturalistas, sino expuesto a una mala convivencia con otros seres. Sufriendo. Débilmente. No sabían luchar, conocían, sin embargo, la guerra, la batalla de la vida, el esfuerzo de la supervivencia, no de la vivencia. 

Solo después de mucho, se sobreentiende, llegaron por lo tanto al arte de la política. Y vuelve a repetirlo, mitológicamente. Como si surgiera, sin más. Sin más explicación, aunque vinculando dos realidades: de un lado, el parentesco divino robado; por otro, tener que compartir espacio, no ser dueños de la propia vida, de la propia realidad. Y, al querer reunirse y no saber cómo hacerlo, terminaban de nuevo dispersándose. Esta falta de vínculo, de fuerza suficiente como para unirse, tener que vivir separados, alejados y con miedo unos de otros, se pone por delante arcordeónicamente. Conviviendo y separándose, conviviendo y separándose. Unir y romper. Juntar y separar. 

Separarse es la muerte. Separarse de los otros. Imposible vivir así humanamente. 

Zeus aparece temiendo. 

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