miércoles, 2 de junio de 2021

PROTÁGORAS. Día 24. (Platón, 319b)

Lo que ya sabemos. De Sócrates nos ha quedado la ignorancia sobre él. Eso lo primero. Y luego, lo que también sabemos. Que aquí somos excesivamente deudores de lo que otros pensaron antes que nosotros y lo que nos han transmitido. La metáfora de las gafas está malograda. Es mucho más profundo. No ha posibilidad de quitarse la mirada, que es donde se han apalancado los conceptos y las ideas recibidas de tantos que, antes de que hiciéramos el primer esfuerzo por comprender algo de todo esto, ya le habían dado un par de vueltas como mínimo y le habían dedicado horas y horas. Es necio despreciar la tradición. Máxime cuando es la que ha despertado algún tipo de inquietud y ella misma permite la pregunta y el diálogo. 



Pero sí, está claro que resulta tremendamente complejo desviarse por otro camino. Aun cuando la propia corriente de pensamiento tenga claro y pida el desprendimiento de los prejuicios e incoherencias, o incluso el desarraigo de sí mismo. Esto último, mucho más radical que lo primero, porque los primeros creen que pueden jugar a negar una parte de sí mismos sin estar dispuestos a la conversión auténtica, se ha nombrado de muchas maneras, cientos de veces. Solo hasta que uno descubre que es un auténtico quebranto y quiere alejarse de todo eso, se da cuenta de lo que significa ser adulto y jamás poder volver donde ya se estuvo de igual manera. Creo que esto es lo importante. Lo que nos sitúa con un tiempo propio, donde solo la pretensión de eternidad sería un verdadero conocimiento. Y todo lo demás, poca cosa. 

En el diálogo, Sócrates ha tomado la palabra, después del primer acercamiento de Protágoras a sí mismo, con sus revueltas. Ahora van las suyas. Las de alguien que expone con claridad y tiene mucho que decirle, con una sabiduría bien diferente de la suya. Así que, vamos a ello. Poco a poco. Porque hay que leer esta parte, como todas, varias veces para irse hacia el meollo. 

Primero, el elogio del saber. No de Protágoras, sino del saber que dice Protágoras poseer. Que, para que sea saber realmente y no un mundo ignorado o una fábula, entonces debe ser poseído de algún modo, posesión, adquisición, apropiación, aprehensión. Y no un simple comentario sobre algo allende los mares. Y todo conocimiento se dirige a un objeto por un camino adecuado a tal objeto. Qué hermoso objeto del saber es el que dice Protágoras tener. 

A Sócrates le causa admiración, porque sería para él la auténtica sabiduría sobre con la cual, muy probablemente, todas las demás sabidurías minúsculas humanas tienen alguna relación vinculante y estrecha, o bien porque se llega a ella con una intuición tan pura y real que vislumbra a fogonazos lo que realmente es más que necesario y más que inapresable. Lo dejo ahí. 

Para que Protágoras pueda decir que sabe debe dominar algo, tener fuerza sobre ello por lo tanto. Ser un señor de una determinada región del saber y, por lo tanto, a su voz, palabra u orden se movería. Y es ahí donde se sitúa Protágoras catedraliciamente como dueño del tesoro de los tesoros, el que abre casi consigue abrir las puertas de la vida eterna, o el que lo hace sin más. El saber de Protágoras es lo más elevado. 

Hay algo de repelente orgullo de sí mismo en la repetición de la posesión en la frase socrática. Por muy bello que se diga al inicio. 

 καλόνἦν δ᾽ ἐγώτέχνημα ἄρα κέκτησαιεἴπερ κέκτησαι

Antes de lo siguiente, un excursos. Cuando algo real está presente y se deja conocer en profundidad, la experiencia puede llamarse de muchas maneras, pero probablemente no sea la de la posesión. Si acaso, lo que muestra es que posesión era ilusoria y tan esquemática que no se ajustaba a la realidad. Y esto no viene del desgarro del yo, sino que el desgarro es posterior. Lo primero será la conmoción, el zarpazo de la verdad. Lo cual no es alcanzable, paradójicamente, sin que previamente haya en la persona algo que predisponga a semejante apertura, incluso con la exigente forma de la pretensión de delimitar todo y concentrarse sin desbordar por ningún lado. Como cuando se comprende la temporalidad de 1+1 y la imposibilidad de "ser" 2, mezclando todo ingenuamente. Y si esto ocurre aquí, con algo tan funcional y pragmático, qué no puede estar ocurriendo en los demás órdenes de la realidad en los que ni siquiera hemos reparado ni un instante. Por supuesto, todo sigue adelante y la persona que se ve a sí misma de semejante modo desprovista de herramientas para lo radical habitualmente tiene que regresar a sus labores sin que se note demasiado su descubrimiento. 

La pandemia -decía estos días atrás en algún foro personal y profesional- nos puso a todos en una condición de empatía respecto de lo que ya sabíamos y no era tan fácil compartir con otros, nos ha situado a todos en un lenguaje común sobre la vulnerabilidad que por fin nos ha hecho comprensibles los unos a los otros y nos ha permitido exponernos sin temor a ser reprendidos por fijarnos en ese lado de la realidad sobre el que el tabú impone la ley del silencio y un vagar sin prestar demasiada atención de frente a lo esencial. Lo habitual es mejor mirar para otro lado, aun sabiendo que todos saben lo que saben y desearían probablemente no saber. No incidiré más en esto. 

Al dudoso elogio o elogio dudante, sucede la creencia socrática, la vida en ese conocimiento no científico de la "confianza" (es decir, lo "fiducial"). Algo es creíble, de tal modo que se afirma el objeto y una relación con él con un vínculo, bajo la sombra de un camino, no realizable desde el poder y sí, quizá, desde el asombro y la sorpresa. Se puede decir sobre él lo que, precisamente, se sabe que no se sabe o la calidad del vínculo. Y no es por vía de la negatividad del conocimiento filosófico, aunque bien sepamos que esta puerta es ancha y fecunda, sino por la positividad de la afirmación de la imposibilidad de dominio. Luego ese algo, llamado "saber" quizá sea más que "algo" y establezca una relación con quien se topa con él. 

οὐ γάρ τι ἄλλο πρός γε σὲ εἰρήσεται  ἅπερ νοῶἐγὼ γὰρ τοῦτο Πρωταγόραοὐκ ᾤμην διδακτὸν εἶναισοὶ δὲ λέγοντι οὐκ ἔχω ὅπως ἂν ἀπιστῶὅθεν δὲ αὐτὸ ἡγοῦμαι οὐ διδακτὸν εἶναι μηδ᾽ ὑπ᾽ ἀνθρώπων παρασκευαστὸν ἀνθρώποιςδίκαιός εἰμι εἰπεῖν

Tercero. Noto que voy con más prisas de las que debería. Lo mejor sería frenar en lo anterior. Encadeno el siguiente asunto. Lo que cree Sócrates tiene un contenido concreto y vinculante, que no dice nada directamente del objeto del que están tratando. "Lo enseñable" es algo diferente a "lo no enseñable". Esta distinción supongo que parte de algún tipo de aprendizaje, curiosamente.

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