Sigamos con el tema. Protágoras sabe algo que, según él, hace dominar la situación a su alrededor, sea en casa o fuera de ella, sea con amigos o con otros ciudadanos y compatriotas, es decir, con conocidos y desconocidos. A los primeros, dicho sea así de golpe, no es tan fácil engañarlos. Pero Protágoras puede con todo. Los segundos, según se anime el asunto, pueden ser incluso dóciles. En casa la cosa es bien distinta. Y aunque Protágoras lo diga y quiera ponerlo de manifiesto, el tema principal parece ser el segundo.
Como dije ayer, se omite y deja al margen el gobierno de uno mismo. Como si tal cosa. Tan rápidamente como magistralmente. Ni se nombra, porque lo complicaría todo. Ahí no hay nada que hacer, según parece. Ahí está todo claro y meridano, en orden y concierto con la propia voluntad. De eso mejor no hablar. A Protágoras no le interesa ni lo más mínimo la persona. Como si solo fuera una cuestión de "salud pública" en la que es posible desaparecer y desembarazarse.
Nada se dice tampoco de qué ocurre cuando son muchos los que en una ciudad o familia han aprendido de Protágoras. Se supone que a todos les vende la misma moto para ser superiores a los demás. Sin embargo, en pura lógica, esto es imposible. Los de la fila de seguidores deberían saberlo. Al menos, digo yo, haber caído en ello. Algo no cuadra. No es relevante porque no cuadre, a decir verdad. Si no que no cuadra porque es directamente mentira. Ni siquiera supone una paradoja, un encontronazo mistérico con la realidad bifurcada y condensada a la vez siendo múltiple y una. Nada. De eso nada. El discurso prosigue como si tal cosa.
Es llamativo que no se interpele indirectamente a los que participan de la asamblea y el consejo, en paridad de situaciones. ¿Qué estaban escuchando? ¿En qué estaban ensimismados? ¿Se imaginaban ya como gobernantes de grandes ciudades con séquitos de personas a sus pies, esperando a oír sus palabras como las del oráculo de lo que sea? ¿Esto es lo que Protágoras enseña? ¿A callar sin pensar, a recibir pasivamente sin cuestionar nada, a dejarse someter por lo ilógico y la contradicción, a no reparar en lo dicho y no pensar nada de lo que se dice?
Sócrates interrumpe todo esto, no sea que tengamos otro megadiscurso autoelogiándose a sí mismo, obvia toda complacencia y va de frente. Entonces... y lo resume en esto:
"Me parece, pues, que hablas de ciencia política y te ofreces a hacer a los hombres buenos ciudadanos."
δοκεῖς γάρ μοι λέγειν τὴν πολιτικὴν τέχνην καὶ ὑπισχνεῖσθαι ποιεῖν ἄνδρας ἀγαθοὺς πολίτας.
Me cuesta, tengo que decirlo, el tema de "los hombres". En ocasiones, me permito la licencia de cambiarlo por personas. Sinceramente. No lo digo por esnobismo. Ahí lo dejo.
El tema, con el que sintetiza todo Sócrates, como en una hipótesis de partida, con la distancia que permite el "dokein" es interesante. En dos partes, quizá conectadas entre sí. O no. Por un lado, señalar que haya una "ciencia" (no técnica) relacionada con la vida en común. Por otro, a raíz de lo anterior, vincular una sabiduría capaz de "hacer" algo asombroso: de personas a buenos ciudadanos. Como quien, sabiendo, coge barro y lo convierte en una hermosa vasija.
Será interesante averiguar en qué consiste esa ciencia y cómo se alcanza. Porque algo relacionado con la razón sí debe existir en ese campo. Aunque sea el conocimiento y reconocimiento del otro y su dignidad, para constituir el vínculo. Por otro, el conocimiento y descubrimiento del mundo de lo político, de la relación, de lo común. Ya adelanto que, desde hace años, he entendido que lo común es un espacio constituido para el encuentro, que hace posible el trato sobre asuntos no particulares y sí personales que afectan a todos a través de una racionalidad expresada en palabras constituyendo un diálogo. Más que espacio, arquitectónico o urbanístico, se trata de la capacidad espiritual para constituirlo en lugar de encuentro. Con la dureza que tiene este vínculo. Encuentro, recuerdo, viene más de encontronazo que de abrazo. El reto está en humanizarlo con capacidades bien distintas a como se tratan las cosas.
Dicho lo cual, ya está más que claro que el conocimiento no es único. Este error, tan extendido y no paliado ni por la pedagogía, ni por la didáctica, ni nada de esto, trae consigo enormes problemas. Qué le vamos a hacer. De aquí se sale con dificultad. Quizá con más vida que libros, con más reflexión y análisis que con esquemas que pretendan atrapar lo inasible. Y, también lo adelanto, será capital verlo en la propia vida antes de encontrar lo que realmente significa en el texto de Platón. Es más, se puede leer y captar con el entendimiento sin comprender prácticamente nada de la verdad capital que señala.
Protágoras asiente. ¡Este es mi credo! ¡Este es mi anuncio! ¡Soy el ángel de esta sabiduría!
αὐτὸ μὲν οὖν τοῦτό ἐστιν, ἔφη, ὦ Σώκρατες, τὸ ἐπάγγελμα ὃ ἐπαγγέλλομαι.
Mañana sigo con lo que va a decir Sócrates antes del gran discurso de Protágoras. Que vendrá después.
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