viernes, 9 de abril de 2021

Leyendo REPÚBLICA de Platón (27)

Comienzo en 347d hasta 348b.



Según estamos, "los hombres de bien no están dispuestos a gobernar con miras a las riquezas, ni a los honores." Es decir, si gobernar es unir la ciudad con el bien, tensar la cuerda que puede acerca ambas, no tendrían fuerzas suficientes para la tarea si se pegaran a los bienes materiales, ni esperan los bienes de sus semejantes. De lo primero, no hay duda. Es casi una relación imposibilitante. Pero sobre lo segundo, ¿quién que gobierna no espera un pequeño reconocimiento, como mínimo, por su labor en hacer bien a sus semejantes?

Pues Sócrates ya adelanta que mejor no esperarlo, que mejor no "buscar el bien de otros, ni cuidarlos" (gobernar) creyendo que alguien devolverá algo en forma de bien recíproco. Suele ser, lamentablemente, al revés. Que el bien, si es demasiado bien, no es bien acogido. Que la luz, como sea muy potente, molesta y hiere. Que el sabio, el bueno, el "santo" es incómodo hasta cuando vive sin gobernar nada, no digamos si lo ponemos al frente de algo para que dirija al grupo. A ese, casi mejor echarlo cuanto antes, o dejar que se preocupe de sus cosas. No sea que haga del bien algo realmente exigente y lo escriba en alguna ley. 

La ironía, en verdad, es máxima. Hemos llegado a esta extraordinaria conclusión y, sin embargo, esta conclusión es imposible y no será ni querida, ni aceptada. ¿Pero no es acaso lo mejor para todos, la verdadera y auténtica orientación que debe tomar el poder del pueblo? ¡Mejor volvamos a lo cotidiano y lidiemos con los males que ya conocemos y son pequeños! ¡Que lo otro es muy fatigoso!

Y continúa mofándose de lo que ocurre. Dice que el bueno, que realmente no quiere gobernar porque, como sabio, sabrá lo que supone, solo accede al "poder" por temor al gobierno de los peores. Se convierte por tanto en una especie de mejor que otros, reconoce su sabiduría por encima de otros. Y así, casi en ese mismo momento, se las verá con el verdadero socratismo por decir que sabe algo que, en la práctica, será examinado por el camino de la acción. Al gobernante no lo examinan los súbditos, como en la conversación socrática, sino sus acciones, su propio gobierno, sus decisiones. Y será responsable de ellas hasta el final. 

¿Acaso el miedo puede empujar al sabio? ¿No decíamos en otro momento que esto no podía ser? ¿No decíamos que el sabio era sabio precisamente por haberse despegado un poco de ese tiempo inmediato y presente, ha salido de él para ver la realidad de otro modo, más conforme al deber y no simplemente es alguien que describe lo que tiene delante? ¿No decíamos que su vida era más bien un contraste con lo que hay y su sabiduría era vida, no simple conocimiento repetitivo de otros?

En medio de todo el discurso, por muchas vueltas que le doy, solo encuentro broma y una ironía crítica y ácida. En todo eso que se dice de los que se presentan a gobernar voluntariamente para no ser gobernados por los peores. No puedo entenderlo de otro modo que no sea así. Ahora bien, parece que la ironía escala un peldaño mucho mayor y da un salto infinitamente más grande cuando dice otra locura de las suyas, imposible de verificar por la experiencia y con visos de ser la más absoluta de las verdades: 

"En efecto, si llegara a haber un Estado de hombres de bien, probablemente se desataría una lucha por no gobernar, tal como la hay ahora por gobernar, y allí se tornaría evidente que el verdadero gobernante, por su propia naturaleza, no atiende realmente a lo que le conviene a él, sino al gobernado; de manera que todo hombre inteligente preferiría ser beneficiado por otro antes que ocuparse de beneficiar a otro."

Dan ganas de añadir: fin de la cita. Lo pongo en griego para los más interesados: 

ἐπεὶ κινδυνεύει πόλις ἀνδρῶν ἀγαθῶν εἰ γένοιτο, περιμάχητον ἂν εἶναι τὸ μὴ ἄρχειν ὥσπερ νυνὶ τὸ ἄρχειν, καὶ ἐνταῦθ᾽ ἂν καταφανὲς γενέσθαι ὅτι τῷ ὄντι ἀληθινὸς ἄρχων οὐ πέφυκε τὸ αὑτῷ συμφέρον σκοπεῖσθαι ἀλλὰ τὸ τῷ ἀρχομένῳ: ὥστε πᾶς ἂν ὁ γιγνώσκων τὸ ὠφελεῖσθαι μᾶλλον ἕλοιτο ὑπ᾽ ἄλλου ἢ ἄλλον ὠφελῶν πράγματα ἔχειν. 

Ahora sí: punto y final. Negro sobre blanco, lo que viene rondando desde hace tiempo. Que el tema de la justicia no se puede hablar al margen del bien, de los hombres buenos (de las personas buenas, realmente). Y esto es así, y es una preocupación de lo más común y cotidiana, porque existen sus contrarios. Pero en caso de que todos fueran buenos, gobernar sería un sinsentido, aun en el caso de que alguien de alguna manera tuviera que hacerlo. No es, en cualquier caso, nuestro mundo, ni nuestra realidad. 

Sea como sea, da igual como se mire, parece que incluso pensando la posibilidad de una sociedad de bien y justicia, se desataría una guerra. Y el error está en pensar el bien como mirado hacia uno mismo. Allí donde haya más miramiento por sí mismo que por todo lo demás, no queda otra sino lucha y conflicto. Incluso por no gobernar. Da igual. No queda otra. Se trata, en definitiva, de esa cuestión y se le está dando vueltas y vueltas todo el rato sin proclamarla con la suficiente claridad, contundencia y nitidez, para que de una vez por todas sea más brillante de lo que es, aparezca ante todos con mayor seriedad y compromiso. Pero no se dice. Se deja caer, irónicamente. Se insinúa entre refutaciones. 

A Sócrates le preocupa ahora más, aunque de paso recuerda que volverá sobre lo anterior, examinar lo que dice Trasímaco: "El modo de vida del injusto vale más que el del justo." 

Y, dejándose de los ejemplos habituales, toma a Glaucón y lo pone en medio de la conversación, a la vista de todos, fuera de su discrecionalidad y de la distancia de quien escucha en silencio: "En lo que toca a ti, Glaucón, ¿cuál de ambos modos de vida eliges? ¿Cuál de las dos afirmaciones te parece más valedera?"

El gesto, por no dejarlo sin escudriñar, es de lo más significativo. Algo así como, dejémonos de palabras que van y vienen, que se dicen sin más y carecen de compromiso, y hagamos el verdadero ejercicio filosófico: mostrar, dejar salir, iluminar, alumbrar con el esfuerzo que requiera la auténtica opinión en la que vivimos. Dejemos de jugar con palabras y preguntemos sencilla y sinceramente: ¿Cuál es tu logos, cuál es tu razón, en qué te apoyas realmente? Otra vez, por si acaso no se comprende: Dejemos de hablar por hablar y mostremos con las palabras la vida, lo que realmente pensamos, no lo que "conviene decir", ni porque crea que me conviene expresar y aparentar esto, ni porque pudiera parecer que conviene a otros escuchar de mí como aleccionador o en cátedra de ilustrado. Si ponemos todo eso a un lado, si lo retiramos de delante: ¿Cuál de las dos es la que vives? No con cuál te quedas de las dos, ni cuál te parece más atractiva y mejor, sino con cuál ya, antes de la pregunta, te has quedado y tienes dentro. Dejémosla salir, que aparezca. Solo así existirá vía alguna para confrontarla con la verdad de la razón en un más que abierto y disponible diálogo. 

Así que Glaucón, como testigo en un juicio, declara: 

"El modo de vida del justo es más provechoso."

τὸν τοῦ δικαίου ἔγωγε λυσιτελέστερον βίον εἶναι. 

Listo. Examinemos, como en dos columnas, cuáles son los beneficios de uno y otro. Es decir, del modo de vida del justo y del modo de vida del injusto. 

Pero pensemos lo que ha dicho, un minuto. Solo lo apunto. Se trata de "modos", de formas. Por lo tanto, de una vida que adquiere un sentido, una dirección, una orientación decisiva, que posee adverbialidad en su acción y que, por tanto, compromete su vida. No la crea, la modula, la conforma, la contornea, la adecúa o cosas así.   

 




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