domingo, 4 de abril de 2021

Leyendo REPÚBLICA de Platón (22)

Comienzo en 344d hasta 345a

Como muchos consideran que son solo palabras, y que con ellas se puede jugar o desdecirse sin problema alguno, a Trasímaco se le tomará poco en serio. Sea en tiempos de Sócrates, sea en el siglo I, IV, IX, XIV, XX o en todo hoy. No cambia. Da igual. Sin embargo, me temo que con muchos los que coinciden con Trasímaco y sus aspiraciones dictatoriales. En lo que puedan, claro. 

Sócrates toma la palabra para impedir que aquello siga adelante como si nada. Y, con su ironía y como si no hubiera aprendido nada realmente valioso todavía, le insta a quedarse y enseñar esa vida que es la más provechosa de todas las posibles. "Divino Trasímaco, ¿vas a marcharte tras arrojarnos un discurso (así)?" Tal cual, tras arrojarlo.  Quédate, quédate aquí. No te vayas muy lejos. 

Es como si Sócrates hubiera abierto un socavón al final de todo lo dicho, como si le hubiera importado un bledo todo, menos que se vaya sin "refutar", sin "examen", sin "aceptar preguntas", como palabra última que sentencia y cierra el mundo de lo posible y lo circunscribe todo a sí mismo, a un sí mismo dictatorial. Atención. 

No te vayas, Trasímaco. No sea que exaltado con tu propio discurso des un golpe de estado y, al salir de esta casa en dirección a Atenas, todo esté al revés. Así que siéntate, "divino". 

Dos preguntas de Sócrates, ninguna orden. La primera, sobre la intención después del discurso. La segunda, sobre si cree que el tema que tratan es cualquier tema, o la madre de todos los demás. Con dos preguntas, el tirano se sienta como un pupilo y nada más. Si creyera realmente lo que dice, y todo le diera igual salvo sí mismo, se hubiera marchado. ¿Por qué, entonces, se queda a figurar como uno más de los que se someten a un interrogatorio estilo socrático? ¿Todavía alberga esperanzas de con-vencer?

Y como Trasímaco se queda, Sócrates vuelve a hablar. Lo primero que le dice es lo siguiente: "Parecía que sí (te ibas)", es decir, "que nada te importaba de nosotros, ni que te preocupara que fuéramos a vivir peor o mejor, desconociendo lo que dices saber." Ciertamente, a Trasímaco le debería dar igual todo, esto es, su obligación sería para sí mismo y solo para sí mismo, si poseyera realmente el arte que dice poseer y sus palabras fueran siempre tan convincentes como la mirada lo es la mirada de Medusa o el canto de las sirenas que estrellan barcos contra las rocas. 

Sócrates sitúa a Trasímaco entre las figuras de la apariencia, como espectro que pronuncia cosas. Sin más. La vida de Trasímaco es tan aparentes que, diciendo lo que dice, no hace ni la mitad de lo que dice. Y se queda. Simplemente quedándose, ya está sometiéndose a la prueba. El poder de Sócrates, sea el que sea, es mayor que el suyo. Y ahora le examina. 

Realmente, "nada debería importarle", nada en absoluto, salvo sí mismo. Aunque también, a decir verdad, la opinión de los demás. Es ahí donde un sofista encuentra la fuerza. Es alguien que mira más a los demás de lo que realmente dice. Bien de reojo, bien desde arriba, bien por encima del hombro. Pero siempre mirando a los demás para aprovecharse de ellos y decirles lo que quieren escuchar y así, diciéndoles eso que esperan escuchar, doblegar su voluntad y someterlos a la suya, que es más débil de lo que confiesa y, por eso, teme a otras. Como en él todo es vacío, se hace eco de los demás. 

Lo último de esto primero, con lo que Sócrates le detiene y frena, distingue entre el vivir y el pensar. Y le confirma lo que realmente piensa: si viviésemos como pensamos, con auténticas verdades, la vida sería altamente provechosa. Pero, en no pocas ocasiones, no vivimos como realmente pensamos, ni pensamos cómo vivimos realmente, es decir, no reflexionamos, ya que somos incapaces de dirigir de primeras la vida con el pensamiento, al menos se debería dar la oportunidad del examen. Al menos ahí habría, imprescindiblemente, modificación del pensamiento tras la experiencia de la vida. Y quizá así, cuando hayamos pensando de en qué pensamientos estamos sosteniendo y confiando la vida. ¿No sería lo más justo? Que cada uno haga consigo mismo lo que Sócrates hará con Trasímaco. 

"En lo que a mí toca, te diré que no estoy convencido, y que no creo que la injusticia sea más provechosa que la justicia, ni aunque aquella sea permitida y no se le impida hacer lo que quiera."

Una frase en la que Sócrates pone de relevancia su individualidad y personalidad. Nada de masa, nada de esconderse en el grupo. Simplemente él, con su opinión, que es en realidad una reacción negativa, la negación de Trasímaco. Es más, la negación de toda situación descrita por Trasímaco, incluso en el caso en que estuviera permitido, es decir, que la ley dijera lo que no es. Insisto, en su individualidad dispuesto a enfrentarse a todo aquel que defienda que la injusticia va por delante de la justicia. Con su propia vida. 

Ahora bien, ya lo conocemos. Nada de saber, solo opinión, solo creencia. Él preparado para ser refutado y desdecirse si alguien le convence, tomando nuevamente la irónica situación del aprendiz que hace las preguntas incómodas y molestas al interlocutor preparado para enseñar y hablar convincentemente. Nada más. Sócrates a la cabeza. 

"Admitamos..." 



 

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