La introducción, como un primer acceso, son cien páginas en siete capítulos, en los que se va dibujando un verdadero itinerario clamoroso e impregnante, en el que se apuntan la intuiciones fundamentales que luego se irán desarrollando. Aunque Balthasar se lo toma como un modo de sentar bases para ulteriores andanadas.
1. Punto de partida y propósito final.
Cómo empezar y con qué palabra. "Alguien que quiere situarse ante la verdad -en toda su integridad...-" y como persona integral y de razón amplia y abierta, ¿qué puede ser lo primero que diga? Y Balthasar escoge "belleza". Pero "en un mundo sin belleza", necesitado de ella, que ha roto la unidad entre lo bello, la bondad y la verdad, y sufre esa ruptura.
Este punto de partida no es el encuentro con lo estético como adorno y apariencia, sino el aparecer mismo de lo bello junto a la verdad y el bien. De hecho, la crítica que hace Balthasar de la realidad que tiene presente es desconsoladora. Alerta de la caída del ser, del pavoneo de la maldad justificada, del interés en el interés y no en la verdad. Sin belleza, el bien ha perdido su fuerza atractiva y la verdad carece de la fuerza su conclusión lógica. Y, sin embargo, belleza y todas las palabras que giran alrededor del misterio de la forma o de la especie.
El primer párrafo, en el que alude a la persona de reflexión y acción, para tomar posición como persona que piensa y actúa en esta tarea teológica, sitúa a la persona en el disparadero. La cuestión antropológica será fundamental. Es la persona, que pienso yo que deberíamos dejar vivir más, sin asaltarla con tantas preocupaciones e interpretaciones ajenas, la que está llamada a ejercitarse aquí. Y la persona será la cuestión central, no desgajada del Dios que se da a conocer. En el segundo párrafo, la integralidad de la persona, no una parte de ella, ni un punto concreto. La persona es la que es, con su drama.
Y el tercer párrafo, sobre la belleza. Alguna de sus notas, para entender a lo que realmente se refiere y no confundirlo con aquello que no sea lo impactante, el acontecimiento, el desvelamiento y la revelación, la fuerza que atrae y sustrae de sí, que reclama, que comunica, que exige, que aproxima y une. Divido el párrafo mismo, en sus puntos:
- Unificadora. La belleza, la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión.
- Gratuita, donada. La belleza desinteresada, sin la cual no sabía entenderse a sí mismo el mundo antiguo, pero que se ha despedido sigilosamente y de puntillas del mundo moderno de los intereses, abandonándolo a su avidez y su tristeza.
- Humanizadora. La belleza, que tampoco es ya apreciada ni protegida por la religión y que, sin embargo, cual máscara desprendida de su rostro, deja al descubierto rasgos que amenazan volverse ininteligibles para las personas.
- Esperanzadora. La belleza, en la que no nos atrevemos a seguir creyendo y a la que hemos convertido en una apariencia para poder librarnos de ella sin remordimientos.
- Exigente. La belleza, que (como hoy aparece bien claro) reclama para sí al menos tanto valor y fuerza de decisión como la verdad y el bien, y que no se deja separar ni alejar de sus dos hermanas sin arrastrarlas consigo en una misteriosa venganza.
Imagen: Sieger Koder.
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Referencias bíblicas: -.
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Autores citados: -.
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Conceptos clave: belleza.
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