domingo, 7 de marzo de 2021

Leyendo "Eutrifrón" de Platón (5)

¿Has oído a alguien discrepar diciendo que
no debe pagar su culpa quien comete injusticia? 

(Platón, Eutifrón, 8b)

La cuestión está así. Eutifrón defiende que las cosas amadas por los dioses, agradables a ellos, son las pías. Luego, si hay partidos rivales entre los dioses y luchas entre ellos, entonces hay cosas (y también personas) que son pías e impías a la vez, según qué dioses valoren su realidad y su acción. Por este camino, confusión. 

Es ahora cuando llega la pregunta citada arriba. Parece que nuestro mundo no ha cambiado tanto, porque la respuesta es la aceptación de la confusión y la ignorancia, o la mentira y la maldad. No hay acuerdo, no hay consenso, no hay pensamiento común y compartido con la verdad. Cada cual, lamentablemente, intenta defender aquello que cree que le beneficia. Lo cual, ciertamente, Sócrates pone en cuestión permanentemente. No se sabe ni lo que realmente conviene hacer. 

Las palabras de Eutifrón suenan, clarísimamente, a los primeros pasos de República. Leer a Platón es comprender por qué es un clásico intemporal: 

"Cometen toda clase de injusticias, pero lo hacen y lo dicen todo tratando de evitar el castigo."

El motivo, según lo siguiente, es que no discuten sobre el fondo último. Es decir, no lo dicen todo, no lo aclaran todo. Simplemente se quedan en la superficie y en las apariencias, que les escudan de algún modo. Si tratasen, según Sócrates, de si la injusticia debe pagar su culpa, quizá llegaran a algún acuerdo. Pero no pasan del lado de la razón, sino que permanecen en lo inmediato, en lo anterior, en la confusión de las evidencias sobre las que se puede decir cualquier cosa. 

Sobre el trasfondo, partimos aquí de que se comenten injusticias y eso resulta evidente aunque no sepamos cuáles son en verdad. Es decir, partimos de la constatación del sufrimiento y del mal; más del padecimiento que del cometimiento, más de su pasividad que de la acción propiamente. Y Sócrates, sin tapujos, invierte la cuestión como hará también en otros diálogos. Del qué al quién, de los dioses al problema del mal y la injusticia, de las disputas de unos a las de otros. 

Muy ilustrativa es la reiteración, que tanto daría para hablar y analizar la realidad actual, de las facciones, los partidarios en partidos, los acusadores vertidos en sus acusaciones. Demasiado real, política democrática en Atenas y política democrática de nuestros tiempos. Una simple constatación: el mal permanece en idéntico fondo. 

Conclusión: "Discrepan sobre un acto." Pero, sin saber lo que van a decir o sin decir todo lo que se debe decir, recortando la realidad, partiéndola. O bien lleva mucho tiempo, o bien están tan esclavizados de la ideología e ignorancia que los envuelve que preguntas más radicales resultan tediosas y prefieren en su torpeza seguir hablando, lo cual a su vez es prolongar y extender aún más la injusticia y el mal, sin detenerla. 

La filosofía (siempre socrática) es, en esto, profundamente terapéutica y se percibe algo mayor: frenar el ritmo de los acontecimientos con una pregunta en forma de acontecimiento que desbanque radicalmente su devenir. 

Dicho queda, se habla de cosas sin saber qué hay que decir de las cosas. Eutifrón afirma: "Sin duda." Y Sócrates pasa a examinar de nuevo su acción, porque estaba al principio convencidísimo de que lo que hacía era justicia, o al menos resistir ante la injusticia. Quizá todo lector se reconoce ahora a la intemperie, tan confuso como el mismo Eutifrón. Y Sócrates avanza: 

"¿Qué señal tienes tú de que todos los dioses consideran que (resumo) lo que haces es justo? Intenta demostrarme claramente que, sin duda, todos los dioses consideran que esta acción está bien hecha. Si me lo demuestras suficientemente, no cesaré jamás de alabarte por tu sabiduría."

Pide pruebas o señales, pero algo más también. Debemos detenernos en este "medio" interpuesto entre el criterio de toda realidad y la realidad misma, ese mundo al que, según Sócrates, la razón tiene acceso por medio de preguntas y cuestiones iluminadas en el diálogo y la confrontación. Aunque Sócrates lo trate en singular, lo cual es importante. 

Ahora Eutifrón se ha bajado de su entusiasmo primero. Ahora ya reconoce que no es tarea pequeña, aunque le llevará tiempo. Quizá pensó que convencer a Sócrates sería fácil, pero que dando vueltas lo lograría mareándolo, extendiendo sus discursos hasta perderse. 

El tema ha cambiado. Ahora Eutifrón es traído por Sócrates a conversar sobre su arte, elogiando a los jueces, que con pocas palabras reconocen lo justo y lo injusto y sentencian sin muchas dilaciones. 

Sócrates, a diferencia, no quiere perderse más en ese camino ya contradictorio. Le propone acceder por otra puerta, ya de por sí problemática, porque va a establecer una premisa que, según parece en la cabeza de Eutifrón es algo incomprensible. Y si los dioses considerasen en bloque lo que les agrada y lo que odian, ¿estableceríamos así -nosotros- lo pío y lo impío? Así que, dicho esto, Eutifrón acepta. 



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