martes, 23 de agosto de 2022

LISIS. Día 70 (Platón, 221a - 221b)

Al final de esta lectura conviene recordar que están dialogando niños, salvo Sócrates. Y que todo comenzó por una invitación, mientras este último, con su prestigio, caminaba fuera del muro de la ciudad para no ser visto e interrumpido. O sea, un plan fallido. Y que, además, la cosa iba sobre el amor y que se ha visto sobradamente que hay distintas formas de amor que habitualmente se confunden unas de otras en la vida práctica, aunque a la razón sean claras meridianas. Y que, por último, cuando uno se dispone a vivir del amor o a conquistarlo, en ese mismo momento, se da cuenta de que ya estaba colocado en una situación tal que hacía imposible salirse del rail o negar su condición -digamos- intermedia respecto del bien y del mal. Lo cual, entre niños, no es poco descubrimiento. 

Llega el último momento del diálogo que pronto quedará interrumpido sin más logro que el camino hecho. No saben, quienes hablan, que llega tal final. Esto es algo que solo quien lee el diálogo puede saberlo. Ellos siguen ahí, ya mareados o inquietos, sin ser capaces probablemente de hacer memoria de todo lo dicho en orden. Pero algo quedará. Esta es la ocasión, una vez más, para pensar esas cosas que habitualmente decimos saber y que, sin embargo, si no se viven, en realidad se desconocen. La verdad es vivida o no es tal verdad, o no se ha tomado por tal verdad. La situación dramática del ser humano como ser intermedio se agrava igualmente en este punto. Porque se percibe con claridad que la dirección que dice tomar con las palabras no se corresponde igualmente con los hechos. La "homología" deseada al final de todo discurso socrático, y que bien sabemos que no se da casi nunca, se convierte aquí en el requerimiento de, al menos, la "homología" interna con uno mismo. Es decir, todo diálogo es examen, efectivamente examen, de lo que uno piensa según lo que uno vive. Y del amor nadie escapa. Al menos por haber sido amado y, en no pocas ocasiones, no saber qué hacer con ese amor, ni siquiera cómo recibirlo, ni siquiera saber decir a ciencia cierta que desea ser querido. Pero eso tocará en otro momento. 

Estaban los interlocutores dialogando sobre el bien y el mal. Y el mal, para quien no se haya dado cuenta, se coloca aquí muy cerca del alma humana, como pasión que le mueve más que como pasión que sufre. Le mueve esta pasión a buscar y satisfacerse. Si desaparecieran estas necesidades del alma, de la vida y de la persona, pregunta Sócrates, ¿se desvanecerían igualmente los males del mundo?

No digo que no, pero en parte sí. El ansia del ser humano es terrible. Más entre jóvenes a cuyos ojos todo parece ser posible por el tiempo que tienen y todo parece deseable por la ignorancia de lo que es la vida y sus consecuencias. El mundo moderno, que comenzó en Atenas por esta época, no rechazó suficientemente el deseo de poseer, tener y abarcar, satisfacer antes sus necesidades en cierto orden que en responder amplia y sinceramente a la vida. 

En el texto, quizá pensando en jóvenes más que en otro momento de la vida, casi vienen a confundirse los deseos con los males. De un lado, está claro que los distingue, porque dice claramente que el deseo puede beneficiar o perjudicar, pero a renglón seguido parece dar a entender que una vida dominada por el deseo es más bien una vida inclinada a perjudicarse. Lo cual es bien interesante. No sé si real. ¿Habría que distinguir deseos o no llamar a todo eso que parece deseo del mismo modo? Pregunto. 

Los jóvenes van entrando al trapo una y otra vez. Si desapareciera el deseo, ¿no desaparecerían también los males? ¡Claro! ¡Claro que sí! Si las personas fueran un número más dentro de la naturaleza o una parte, por pequeña o grande que fuera, del mundo, suprimiendo de este modo la libertad, ¿no serían una cosa más? ¿Es el mal una cuestión del ser humano?

La pregunta es esta. 

Y bien, si desaparecen los males, ¿ocurrirá que desaparecerían con ellos aquellas cosas que no eran males?

De ningún modo.  

οὐκοῦν ἐὰν ἀπολλύηται τὰ κακά, ἅ γε μὴ τυγχάνει ὄντα κακά, τί προσήκει τοῖς κακοῖς συναπόλλυσθαι;

οὐδέν.

Dos anotaciones rápidas. Una, que viene a ser como decir, muy crípticamente, que la persona es deseo. Su movimiento viene de la voluntad. Segunda cuestión, que por mucha conciencia que sea en relación con las cosas mismas, yendo hacia ellas, de igual manera permanecerán sin ellas, sin que sean relativas a nada más, como absolutos, como hechos, como seres. A la persona solo le queda retirarse allí donde no puede ser fácilmente alcanzada, que no es solo el futuro en general, sino su propio futuro. De este modo, libremente se hará consigo mismo en toda su hondura y radicalidad. Se verá lo que realmente es. Se verá que no es deseo, ni mera voluntad oscurecida y a merced de los hechos, sino una libertad dotada de fines, con capacidad para pensarlos y actuarlos. Y esto es clarísimamente algo distinto de un mero movimiento de pasiones, es vida ejercitándose. 

¿Quedarán, pues, los deseos que no son ni buenos ni malos, aunque desaparezca el mal?

Es evidente. 

ἔσονται ἄρα αἱ μήτε ἀγαθαὶ μήτε κακαὶ ἐπιθυμίαι καὶ ἐὰν ἀπόληται τὰ κακά.

φαίνεται.

O sea, qué forma tan bella de hablar del deseo. Del amor. Aunque lo digan algunas personas, todavía no preparadas para la filosofía, que quieren comenzar en ella tratando de lo elevado que es la amistad, cuando todavía creen que no son ni buenos, ni malos. Es decir, neutros. Algo que, efectivamente, solo la razón puede decirle al ser humano, a la persona, al hombre y a la mujer, al anciano e incluso al niño, al rico y al pobre, al esclavo y al libre, al cultivado y al descreído, al ignorante y al erudito, al sano y al enfermo. 

Mañana más. 



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